Rafael Argullol
R.A.: Lo propio de lo filosófico es la vitalidad de la interrogación, y esa vitalidad no puede estar alejada de la esfera sensitiva, y por lo tanto artístico-literaria.
Delfín Agudelo: Pero en esta medida, el que establece estas diferenciaciones entre la escritura filosófica y la escritura literaria, o el que sirve de obstáculo hacia la esfera de lo sensorial, ¿se trataría acaso de esa figura a la cual tanta importancia das tú, como lo es la del intermediario?
R.A.: Sí, fueron los intermediaros que se presentaban como organizadores de la civilización, de la cultura de una sociedad; ellos son quienes han dictaminado estas diferenciaciones. Por ejemplo en la Edad Media claramente la figura del teólogo era una figura hegemónica, situada sobre la figura del filósofo, la cual era a su vez hegemónica sobre la del poeta/trovador. Si el filósofo era teólogo, bien; pero un filósofo que no lo fuera, quedaba en cierto modo marginado de la esfera de la edad media. En el mundo moderno el filósofo en su competencia con el científico ha intentado marginar al poeta y al artista. Y el poeta y el artista, a su vez, ha buscado su status propio al margen de la filosofía académica. ¿Pero quién es el que ha marcado eso? Los intermediarios.
En el caso de la Edad Media, evidentemente era la propia estructura educativa de la iglesia la que marcaba quién era el teólogo, y también cuál era la cima de la organización del saber y de su transmisión. En el mundo moderno durante mucho tiempo quien ha marcado eso es la academia, las universidades. Hoy quizás eso sería más relativo, pero aún es así. De manera que todos sabemos que un artista contemporáneo es o no importante de acuerdo a unos criterios del marchante, del teórico, de un curador, de un crítico.
Pero creo que la interrogación del saber poco tiene que ver con esas clasificaciones epocales que dependen de criterios ideológicos, de las estructuras de cada época. En nuestro mundo un teólogo apenas tiene importancia desde el punto de vista de la hegemonía o autoridad del saber. En nuestra época la autoridad del saber es del científico, y esta autoridad a veces está peligrosamente en manos de supuestos especialistas y expertos que tienden a la parcialización unidimensional. Frente a ellos la interrogación filosófico-artística o literaria tiene que aspirar de nuevo a ser reconocible lo global y lo conjuntivo que hay en el hombre. Por tanto hay un papel importantísimo en este mundo de la interrogación filosófica y del mito artístico-literario para hacer frente a la hiper-especialización de la ciencia.