Rafael Argullol
Rafael Argullol: Sólo ulteriormente una especie de hiperracionalismo que despreció la parte enigmática de la naturaleza y del hombre asentó una división de funciones entre lo que hemos denominado literatura y lo que hemos denominado filosofía, pero creo que esto es una divergencia posterior.
Delfín Agudelo: Porque es esta divergencia la que ha hecho que prácticamente el conocimiento de la sabiduría filosófica actual sea mistérica, en el sentido en que ya ha optado por un estilo y categorías que se alejan completamente de la ejemplificación que siempre otorga la literatura, quedándose así en un núcleo de palabras que no salen de su propio hermetismo.
R.A.: Bueno, esto ha formado parte de un proceso de conexiones y desconexiones. En ese mundo transitivo que va desde la épica a Platón, lo que llamamos literatura, lo que llamamos filosofía y lo que llamamos ciencia va muy de la mano. A partir de Aristóteles la filosofía se acerca mucho más a un tipo de observación de la vida y de la existencia cercano a nuestra denominación de ciencia. Pero aún así hay un alto grado de convivencia que yo diría se extiende hasta los siglos modernos. ¿Qué ocurre a partir del siglo XVIII, de la Ilustración? La progresiva hegemonía d le ciencia como el territorio supuestamente fiable de conocimiento va arrinconando las posibilidades de la filosofía. La reacción de la filosofía en Kant y en Hegel y en el idealismo es una reacción casi celosa, en el sentido de llegar a formular una posibilidad de sistemas y de rigor que pudieran emular el desafío de la ciencia. Ahí tenemos la creación de los grandes sistemas filosóficos de la segunda mitad del XVIII y de la primera mitad del XIX, donde la filosofía aún rivaliza con el desbordante poder de la ciencia.
Hay un momento a partir de finales del XIX, más o menos por la época de Nietzsche, en que es tan evidente que el conocimiento que se convierte en fiable, experimental, útil, etc., es lo que llamamos ciencia; que la filosofía recula de esa carrera por erigir sistemas competitivos con la ciencia y se va encerrando en un lenguaje de autoalimentación. Claro, ahí en arte habría un aspecto sumamente crítico que es lo que Schopenhauer denominó "La filosofía de los profesores"; es decir, una filosofía desvinculada de toda la fecundidad inicial y convertida en un oficio de traslación en el fondo de neosofistas. Por otro lado habría una filosofía que se acercaría diríamos al hermetismo, al gnosticismo, a la mística; es decir, no tanto al mundo abierto de la academia universitaria en que el profesor de filosofía actúa como un sofista de gran alcance, sino a través de un camino paralelo en que la filosofía parece aspirar a un nuevo saber sagrado. Ahí vemos que se producen convergencias y divergencias. Yo creo que en el nacimiento de la filosofía, el humus en el que nace es el humus del saber arcaico, y por tanto vinculado al mito y por tanto vinculado a lo poético y a lo que llamamos literatura. Luego hay una desvinculación de ambos caminos, y luego hay una competitividad del la filosofía con el saber científico, y luego el saber científico se convierte en hegemónico en el mundo moderno. Entonces la filosofía o bien se convierte en el terreno abonado para una nueva sofística, o bien se convierte en el canal a través del cual se produce una nueva aspiración mística a un saber sagrado. Ahí encontraríamos como ciertos acercamientos de nuevo a los propósitos de la poesía.