Rafael Argullol

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el espectro sangriento de Lady Macbeth.
Delfín Agudelo: Te refieres evidentemente al personaje femenino de Macbeth.
R.A.: Sí, me refiero a ella porque además creo que Shakespeare en su obra se equivocó de título, y el auténtico debió haber sido Lady Macbeth, que es la auténtica protagonista. El rey Macbeth, en ese sentido, es como un personaje no secundario, pero que sigue la inercia de una voluntad de poder y de un impulso trágico desmedido, que es absolutamente ejemplar. No es quizás mi obra favorita de Shakespeare; pero sí creo que es aquella en la que se llega más lejos en las consecuencias sobre la propia conciencia de la voluntad del poder. En ese sentido Lady Macbeth expresa una voluntad de poder que se va acelerando a través de un vértigo magistral, de violencia y de sangre magistralmente reflejado por la poesía de Shakespeare, pero que en un momento determinado este sufre un gran punto de inflexión y se vuelve en dirección contraria, como si fuera un ciclón o remolino, que, impulsado hacia fuera, se impulsa hacia el interior mismo de la conciencia de Lady Macbeth. Eso es lo que da una auténtica grandeza a la obra. No es solo la expresión brutal de la ambición de poder hacia fuera, sino cómo en un momento determinado esa voluntad de poder se reflejara en la superficie del mar o de un espejo; esto revierte hacia dentro y empieza a acosar y a corroer la propia conciencia de Lady Macbeth. Nos encontramos en la obra con una simetría a mi modo de ver dramática y teatralmente perfecta, y es por un lado ese impulso de conquista hacia fuera, y por otro lado esta retracción hacia dentro. Lady Macbeth va enloqueciendo de cara a sus próximos; incluso de cara a su marido cada vez se va distanciando más, se va aislando, se va encerrando en su propio sentimiento de culpa, y eso tiene una traducción plástica y física en la exteriorización de la sangre a través de los espectros. Como en toda la obra de Shakespeare, éste recoge las figuras de los fantasmas que ya estaban presentes en el mundo clásico, y los convierte en alter egos, en interlocutores de los propios personajes vivos. Entonces entramos en el clímax de la obra: cuando Lady Macbeth ve esos espectros que le rodean en la mesa, que nadie más puede ver; o cuando se siente sucia de sangre e intenta lavarse. Esa sensación de suciedad a través de la sangre y la imposibilidad de limpiarse o lavarse es la muestra más refinada de la propia locura de lady Macbeth. En definitiva es un personaje que sería sin ningún interés de la brutalidad del poder y de la violencia si no se produjera ese punto de inflexión, esa retracción que hace que ella misma tenga que ver con sus propios abismos de culpa, abismos que además se traducen hacia el exterior en forma de una locura inconvencible para todos. Y así tenemos en cierto modo un análisis de la pasión de la ambición, de la ambición del poder extraordinario porque no es solo la pasión del poder sino la mala conciencia que esa pasión puede producir.