
Eder. Óleo de Irene Gracia
Rafael Argullol
Movido por su entusiasmo, el historiador de arte olvidó momentáneamente el tema del lienzo para lanzarse a explicar la influencia de Leonardo da Vinci en Correggio y que éste no tenía la fama que merecía a causa de la imbatible competencia de Rafael Sanzio. En medio de las entusiastas explicaciones del profesor, entró en el aula un alumno que se sentó en primera fila, muy atento a la reproducción que tenía delante y con cara de preocupación, tal vez un intento de compensar su retraso. Cuando hubo terminado su rodeo por la época, el profesor se propuso volver al motivo de la pintura, pero antes quiso saber si los oyentes querían formular alguna pregunta. Como es habitual en estos casos, un espeso silencio se apoderó de la sala, hasta que el recién llegado levantó decididamente el índice. El profesor interrogó con la mirada, esperanzado, y el estudiante pudo expresar públicamente lo que le preocupaba: "¿Por qué el que está en el suelo tiene los dedos crispados si ya esta muerto?". Incrédulo, el profesor le preguntó a quién se refería. No hubo manera. Únicamente oyó repetir: "El que está en el suelo".
Mi amigo, que unos días es ateo y otros sólo agnóstico, y que defiende fervorosamente el Estado laico, propondrá para el curso próximo la Biblia como el primer libro de la bibliografía de su asignatura. "Si han olvidado quién es Cristo, ¿cómo van a reconocer al 90% del arte occidental?".