Rafael Argullol
Rafael Argullol: Pero se rompe una y parece que la multitud a través de los medios puede asomarse al edificio, y entonces todo tiene una demoníaca coherencia que hace que el escritor se convierta en uno de los personajes de sus propias obras.
Delfín Agudelo: Hay dos películas que creo que de alguna manera ilustran esto. Una tiene que ver con u escritor y otra con una persona que vive su vida imaginativamente. Pienso en Big Fish de Tim Burton, que es la creación de la realidad a través de personajes bizarros con los que al final se encuentra; y más cómico aún, una película que comentamos hace poco, Deconstructing Harry de Woody Allen: aparentemente es la constante preparación para su propio juicio a través de mundos imaginativos o de una existencia de veraz ficción. Esta súbita revelación de la interioridad no deja de ser en muchos aspectos peligrosa para el escritor como ser humano y como cohabitante en un sistema judicial y legal, puesto que todo lo que está diciendo puede ser utilizado luego en contra suya. Uno de los casos más representativos es el de Wilde, cuando Carson le acusa en su juicio por inmoralidad no solamente de frases escritas a Lord Alfred, sino de frases escritas en Dorian Gray: resulta utilizando la ficción para juzgar en la realidad.
R.A.: Es que si se llegara a imponer esa idea orwelliana de que evidentemente los argumentos de los escritores ya llevan en sí la trama de su propio delito -como en el caso que efectivamente se dio hace relativamente poco, no sé si en Polonia o alguno de los países del este, en que hubo alguien que primero asesinó y luego escribió una novela sobre el asesinato-es decir, si eso se convierte en una pauta general por la presión de la llamada opinión pública, nos encontraríamos con una especie de censura brutal de la literatura. Y eso podría pasar: de la misma manera de que lo políticamente correcto ha estado presente en todos los campos, también ahora empieza a aplicarse de manera bastante coactiva en el campo de la literatura. Volviendo sobre un autor ya comentado, me gustaría saber si en nuestros días Nabokov libraría la piel si publicara Lolita, porque muy probablemente sería acusado de escándalo público, sexual y de pederastia. Si se llegara a querer alguna escuela crítica, de carácter orwelliano, en el cual se juzgara todo a través de la propia construcción del escritor, qué pasaría: que cada vez más los escritores serían fabricantes de artefactos en los cuales no se refleja para nada su propia verdad. Un escritor que fabrica best sellers, generalmente no coloca nada de su verdad, sino solo piensa en el público, en comunicarse en medio de la oferta y la demanda. Pero claro, la imagen que nosotros defendemos del escritor que es aquél que se vierte o intenta verter lo que su experiencia y verdad le dictan no puede estar escribiendo coaccionado por esa especie de ojo orwelliano que le juzgará según las tramas que construye.