Rafael Argullol
¡Qué libre es el pensamiento
aquí, en los cielos, entre los ángeles,
y qué despreciables parecen las cimas de las montañas!
¡Qué libre es el pensamiento
aquí, en las cumbres, junto a las águilas,
y qué despreciables parecen los rebaños de los verdes prados!
¡Qué libre es el pensamiento
aquí, en el valle de los hermosos caballos,
y que despreciables parecen la ciudad y sus habitantes!
¡Qué libre es el pensamiento
en las calles construidas por los hombres,
y qué despreciables parecen las cloacas, reino de las ratas!
¡Qué libre es el pensamiento
bajo la pútrida protección de la alcantarilla,
y qué despreciables parecen los infiernos tutelados por demonios!
¡Qué libre es el pensamiento
con la turbulenta protección diabólica,
y qué despreciables parecen los cielos y sus ángeles!
Cuando se ultima el giro de la rueda
llega hasta nosotros el descubrimiento decisivo.
No son los ángeles o las águilas,
o los caballos o los hombres,
o las ratas o los demonios,
los que hacen libre el pensamiento.
Eres tú quien lo hace,
dondequiera que estés,
y sin importar la compañía.