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Ficha técnica

Título: Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales  | Autores: Soledad Puértolas, Andrés Trapiello, José Carlos Llop, Antón Castro, Ignacio Martínez de Pisón, Andrés Ibáñez, Marta Sanz, Félix Romeo, Berta Marsé, Pilar Adón y Carlos Pardo | Editorial: errata naturae| Colección: Fuera de colección | Género: Relatos | ISBN: 978-84-15217-14-5 | Páginas: 208 | Formato:  14 x 21,5 cm. | PVP: 19,90 € | Publicación: 7 de Noviembre de 2011

Perros, gatos y lémures

Andrés Trapiello

ERRATA NATURAE

Los editores tuvimos la siguiente ocurrencia: proponer a algunos de los más destacados y reconocidos escritores españoles de nuestros días -autores de distintas generaciones y con proyectos literarios muy diversos- que se acercaran al mundo de los animales de compañía y escribieran sobre ellos. Tal vez incluso para nuestra sorpresa, aceptaron encantados.

Algunos de ellos han escrito relatos íntimos y sobrecogedores, otros nos han brindado textos hilarantes. Algunos han escrito sobre sus propias mascotas, otros han preferido escribir sobre sus autores favoritos y los animales que los acompañaron en los buenos y en los malos momentos: Julio Cortázar y su gato Teodoro W. Adorno, Truman Capote y su perro Charlie, Cyril Connolly y sus lémures, Virginia Woolf, sus perros y su tití, un minúsculo mono del Amazonas… O los loros, gatos, patos, armadillos y coatíes de Jane y Paul Bowles.

Un libro, por tanto, sobre los animales y la literatura, los animales y la escritura. Sobre el animal como sombra del escritor, como amigo, como único depositario de unos sentimientos, e incluso de unas ideas, que el autor no osaría compartir con nadie más.

El animal de compañía, por tanto, como compañero literario. Porque quien tiene un perro, un gato, incluso un loro, un canario o un caballo al que se entrega y ama de un modo especial, de alguna manera le está dando la espalda a la comunidad humana, se está retirando a otro lugar, se encierra en un rincón emancipado de las «torturas del tiempo», nuestro mayor enemigo, del mismo modo que hace aquel que se retira a la literatura. El animal doméstico: extraño invitado a los pliegues más íntimos de la propia personalidad, allí donde también la literatura indaga, escruta, se alimenta.

«Por las noches, solo y horrorizado en los moteles de Kansas, Capote empujaba las pastillas con Martini para no sufrir pesadillas nocturnas, y entonces se acordaba de Charlie y le enviaba algún hueso por correo o alguna postal a su nombre: Querido Charlie: aquí todos los perros tienen miedo y pulgas, no te gustarían nada. Te echo de menos. ¿Quién te quiere? T (quién si no)». Berta Marsé

«En cuanto estuvo decidido, R. y yo cavamos un hoyo. A nuestro lado G. empezó a llorar, pese a todos sus esfuerzos para ahogar sus sollozos, cuando vio a Mora llegarse hasta nosotros. Venía con sus pasos cada vez más trabados y difíciles. Se echó a un lado, igual que cuando yo quemaba el ramón en el otoño. Como una pequeña esfinge. Nos miraba. Su respiración era fatigada y exhausta. Oímos a lo lejos el galope de un caballo en la calleja. En otro tiempo la perra, a quien la presencia de un caballo la trastornaba, se hubiera arrancado en una loca carrera y no habría dejado de ladrar sino hasta tenerlo muy lejos. Al oír al caballo, sin embargo, volvió, como nosotros, la cabeza en la dirección de donde procedía el ruido de los cascos, pero no se movió. La esfinge, se diría, era cada minuto que pasaba, más piedra. No obstante su aspecto parecía normal, el de siempre». Andrés Trapiello

«Un día, Byron realizaba un viaje en barco desde el puerto de Londres; con él llevaba a uno de sus perros. Me gusta pensar que era Boatswain. De repente, sin que se sepa muy bien el motivo, el animal cayó al agua. El atlético Byron se dirigió al capitán y le pidió que parase, que había que socorrer al perro. El capitán le recordó que en el reglamento no constaba, en lugar alguno, que ese accidente fuera un motivo sólido para detener la navegación. Otra cosa habría sido que quien se hubiera caído fuera un hombre. Byron insistió varias veces, pero siempre se encontraba con las excusas del marino. Y finalmente no le quedó otro remedio que arrojarse al agua: el capitán se sintió obligado a interrumpir el viaje y a recogerlo entre las olas, y con él a su perro». Antón Castro

«A Whoopee y Polyp les gustaba saltar sobre el mobiliario, trepar por las cortinas -donde hacían, sin recato, sus deposiciones diarreicas-, meter los dedos en los platos y copas de los invitados, morder la mano de quien fuera, incluidos sus dueños… Pero Connolly está convencido de que el lémur es una de sus anteriores encarnaciones (las otras, más comunes, son un melón, una langosta y una botella de vino, sin olvidar a Aristipo, más sofisticada) y se mira en ellos como quien contempla su pasado». José Carlos Llop

«Casi todas mis amigas tienen hijos. Los han deseado y los han parido. Yo, que soy una mujer de palabra, no he parido ningún hijo ni lo he alimentado ni lo he educado ni he dado o recibido su calor. Tampoco he tenido un hijo para estar acompañada en el momento de la muerte. Hay personas que procrean por esa razón que es tan egoísta y tan legítima como cualquier otra. A mí la sangre no me ha llamado para perpetuarme, sino que la sangre es lo que me ha disuadido de empeñarme en no desaparecer. Yo tengo tres gatos que sé que no me sobrevivirán». Marta Sanz

«Intento recordar las sucesivas mascotas que tuvimos en casa, y lo primero que me viene a la memoria es la forma en que murieron o nos desprendimos de ellas. La primera fue una tortuga que mi padre, creyendo que era una piedra, partió por la mitad con el cortacésped. La segunda fue un canario al que atiborrábamos de comida y que a los pocos días estaba tan gordo que, sencillamente, reventó. Después llegaron dos encantadores patitos: ¿quién sería el desalmado que nos regaló esos dos monstruos de efecto retardado que enseguida perdieron todo el encanto y se dedicaron a destrozarlo todo con sus picos y a invadir el piso con su insolencia y sus cagadas?». Ignacio Martínez De Pisón

«Jane Bowles escribió sobre las razones por las que los gatos no podían estar juntos, y se parecen bastante a las razones que esgrimía para defender que dos escritores no pueden estar juntos: «Creo que los dos gatos juntos representan una desventaja, porque ninguno de ellos consigue la atención que desea y exige»». Félix Romeo 

 

PRÓLOGO

La soledad del escritor. De la escritura.

    Nos la han enseñado, la conocemos, los escritores nos hablan a menudo de ella… Duras, Woolf, Beckett, Pavese, Pessoa, Genet en su celda… ¿Qué excluye esa soledad? ¿Y qué incluye? A veces lo excluye todo. Duras ni siquiera escribía en el jardín. Allí, decía, siempre hay un gato, un pájaro, una ardilla… Ella requería la soledad absoluta, la casa encerrada sobre su propio ser. Para otros escritores, en cambio, la soledad incluye precisamente aquello que Duras excluye: un animal, un ser que no es humano, que no habla o interrumpe, que nos deja solos pero, al mismo tiempo, nos acompaña.

    Para los autores de este libro, el perímetro de ese territorio, de esa soledad, no se cierra entonces sobre el escritor, sino sobre el escritor y el animal que lo acompaña. «Animal de compañía» es una expresión envejecida, acartonada. Y, sin embargo, podría ser bella por lo que implica: compañía. Compañía en la soledad de la escritura, en la soledad de la vida.

    Los animales y la literatura, los animales y la escritura. El animal de compañía como auténtico compañero del escritor, como amigo, como único depositario de unos sentimientos, e, incluso, de unas ideas, que el autor no osaría compartir con nadie más. Depositario de las fuerzas, los deseos, los impulsos del íntimo modo de ser del escritor, los mismos que colaboran en el acto creador.

    El animal como compañero literario. Porque quien tiene un perro, un gato, incluso un loro, un canario o un caballo al que se entrega y ama de un modo especial, de alguna manera le está dando la espalda a la comunidad humana, se está retirando a otro lugar, se encierra en un rincón emancipado de las «torturas del tiempo», nuestro mayor enemigo, del mismo modo que se retira a la literatura. El animal doméstico es admitido en los pliegues más íntimos de la propia personalidad, allí donde también la literatura indaga, escruta, se alimenta.

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Andrés Trapiello

Andrés Trapiello  nació en Manzaneda de Torío, León, en 1953, y desde 1975 vive en Madrid. Es autor de ocho novelas, entre ellas Los amigos del crimen perfecto (2003) o Los confines (2009), premiadas con los galardones más prestigiosos a nivel nacional, como el Premio Nadal, e internacionales. También es autor de un diario titulado Salón de pasos perdidos, del que han aparecido veintitrés entregas. Como ensayista ha publicado, entre otras obras, Las armas y las letras (1994, 2010, 2019); es además el autor de la prestigiosa traducción al castellano actual del Quijote, publicada en 2015, y de varios libros de poemas. Ha recibido, entre otros, el premio de las Letras de la Comunidad de Madrid (2003), el de Castilla y León (2011) al conjunto de su obra y el Premio de los libreros de Madrid (2020) por su libro más reciente, Madrid.

Obras asociadas
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