Ficha técnica
Título: Musketaquid | Autor: Henry David Thoreau |Traducción: Miguel Ros González | Editorial: errata naturae | Colección: La muchacha de dos cabezas | Género: Novela |Formato:14 x21,5 | Páginas: 368 | ISBN: 978-84-15217-64-0 |Precio: 19,90 euros
Musketaquid
Henry David Thoreau
La posteridad de Henry David Thoreau ha quedado asegurada gracias a Walden, su libro más conocido, un auténtico clásico y una obra de culto. Sin embargo, Walden es inseparable del volumen que el lector tiene ahora en sus manos, ambos conforman un díptico y el gran proyecto literario y filosófico de su autor. Si Walden es un ensayo que se asienta en el bosque, habitado por el espíritu del lugar y centrado en el recogimiento de la cabaña, Musketaquid es un ensayo en movimiento: un viaje río abajo donde el pensamiento fluye en perfecta armonía con las aguas y el paisaje, y a contracorriente de toda reflexión domesticada.
En el verano de 1840 Thoreau decidió emprender un viaje, junto a su hermano John, por los ríos Concord y Merrimack. Para ello construyeron una barca y la llamaron Musketaquid: el nombre indio del río Concord, al igual que Walden era el nombre indio de la laguna. Ambos hermanos estaban aún enamorados de una misma mujer, ambos le habían propuesto matrimonio y ambos habían sido rechazados. Dominados por la melancolía inician su aventura. A su regreso, John se hace un profundo corte mientras se afeita y poco después muere de tétanos con apenas veintiséis años. Henry David se ve profundamente afectado por la súbita muerte de su hermano y compañero, con el que había compartido éste y otros muchos viajes y proyectos. Comienza así a exorcizar su dolor a través de la escritura, y como un homenaje a su hermano se lanza a la redacción de Musketaquid.
Este volumen es por tanto un libro de viajes, una memoria y un ensayo de primer orden sobre la amistad y el amor, sobre la literatura y la filosofía, sobre los grandes escritos de la tradición occidental y los textos sagrados de India y China, sobre la vida de los primeros colonos y la de los últimos indios, sobre la naturaleza salvaje y la serena Nueva Inglaterra. Y confirma que Thoreau era tanto el hombre de los bosques como el hombre de los ríos.
EL RIO CONCORD
A los pies de las colinas bajas, en la vasta extensión
Donde nuestro riachuelo indio serpentea
A su antojo recordando aún al sannup y la squaw,
Cuyas pipas y flechas el arado desentierra;
Aquí, en casas de madera, construidas con pinos recién caídos,
Viven los granjeros, sustitutos de la tribu.Ralph Waldo Emerson
Aunque probablemente sea tan antiguo como el Nilo o el Éufrates, el Musketaquid, o «río herboso», no empezó a tener un lugar en la historia civilizada hasta que la fama de sus praderas verdes y sus peces llamó la atención de los colonos ingleses en 1635, fecha en la que recibió el nombre, no menos apropiado, de río Concord, en honor a la primera colonia instalada en sus orillas, que al parecer se fundó con un espíritu de paz y concordia. Será «río herboso» mientras la hierba crezca y el agua corra por aquí; será río Concord mientras los hombres lleven una vida apacible en sus orillas. Para una raza extinta fue herboso, pues en él cazaban y pescaban, y es y será siempre herboso para los granjeros de Concord, propietarios de las Grandes Praderas, que recogen el heno cada año. Según el historiador de Concord3, y me encanta citar a tamaña autoridad, «una de sus ramas sube por la parte sur de Hopkinton, y otra desde una laguna y un gran pantano con cedros de Westborough». Tras cruzar Hopkinton y Southborough, pasa a través de Framingham, y entre Sudbury y Wayland, donde a veces se le conoce como río Sudbury, entra en Concord por la parte sur del pueblo, y después de recibir al río North o Assabeth, cuyo nacimiento se encuentra un poco más al noroeste, sale por la esquina noreste, y fluye a través de Bedford y Carlisle, y de Billerica, hasta desembocar en el río Merrimack a la altura de Lowell. En Concord, durante el verano, tiene entre cuatro y quince pies de profundidad, y entre cien y trescientos de anchura, pero durante las crecidas de primavera, cuando se desbordan sus márgenes, roza la milla de ancho en algunos puntos. Entre Sudbury y Wayland las praderas alcanzan su mayor amplitud, y cuando están cubiertas de agua forman una hermosa cadena de lagos primaverales y superficiales, que frecuentan numerosas gaviotas y patos. Pasado el puente de Sherman Bridge, entre estos dos pueblos, se encuentra el tramo más ancho, y cuando el viento fresco sopla en los días crudos de marzo, rizando la superficie con ondas oscuras y sobrias u ondulaciones regulares, enmarcado en la distancia por pantanos con alisos y arces fuliginosos, parece un lago Hurón en miniatura, y resulta harto agradable y emocionante para el marinero de tierra remar o navegar sobre él. Las granjas que flanquean la orilla de Sudbury, que se eleva suavemente hasta alcanzar una altura considerable, cuentan con buenas expectativas hídricas durante esta estación. En cambio, la orilla es más llana en el lado de Wayland, gran perdedor tras las crecidas. Sus agricultores me cuentan que miles de acres están inundados desde que se construyeron los diques, donde otrora recuerdan haber visto crecer la blanca madreselva o el trébol, y que sólo pueden cruzar sin mojarse los zapatos en verano.