
Ficha técnica
Título: La máscara de África. Un viaje por las creencias africanas | Autor: V.S. Naipaul | Traducción: Flora Casas Vaca | Editorial: Mondadori | Colección: Literatura Mondadori | Género: Ensayo | ISBN: 9788439723691 | Páginas: 256| Formato: 14 x 24 cm. | Encuadernación: Tapa dura| PVP: 21,90 € | Publicación: 6 de Mayo 2011
La máscara de África
V. S. Naipaul
«Para mis libros de viajes viajo alrededor de un tema. Y el tema de La máscara de África son las creencias africanas. Comienzo en Uganda, en el centro del continente, voy a Ghana y a Nigeria, a Costa de Marfil y a Gabón, y acabo en el extremo meridional del continente, en Suráfrica. Mi tema son las creencias, no la vida política o económica, y, sin embargo, en ese extremo del continente las realidades políticas son tan abrumadoras que no pueden obviarse. Quizá un aspecto tácito de mis indagaciones fuera comprobar si existía la posibilidad de subvertir la vieja África con los métodos del mundo exterior. El tema tuvo validez hasta que llegué al sur, donde el choque entre las dos maneras de pensar y creer se volvió demasiado parcial. Los rascacielos de Johannesburgo no se erigían sobre arena. El mundo más antiguo de la magia daba sensación de fragilidad, pero al mismo tiempo poseía una cualidad de perdurabilidad. Uno podía sentir que sobreviviría a cualquier desastre. Yo esperaba que las prácticas mágicas variaran significativamente en la gran extensión de África. Pero no fue así. En todas partes, los adivinos querían «tirar los huesos» para interpretar el futuro, y la idea de la «energía», a la que se accedía mediante el sacrificio ritual de partes del cuerpo, era una constante. Ser testigo de ello, hacerse una idea de su poder, significaba retroceder hasta los inicios de todo. Llegar a esos inicios era el propósito de mi libro.» V.S. Naipaul
Durante el invierno de 2008 y la primavera de 2009 VS Naipaul realizó un viaje por África para recuperar el contacto con un continente en el que había vivido en los años 60 y donde transcurren varias de sus novelas. En esta ocasión, su interés se centra en cómo los africanos viven su espiritualidad, a caballo entre las fes importadas (cristianismo e islam) y las creencias tradicionales (animistas y otros ritos locales). Es decir, estudia la dimensión espiritual para comprender las sociedades contemporáneas. Este viaje le lleva a Uganda, Nigeria, Ghana, Costa de Marfil y Sudáfrica, donde con su inconfundible estilo, su perspicacia y capacidad de observación, construye un extraordinario retrato de un continente a caballo entre la modernidad y la barbarie, en la línea de su maestro Conrad.
V.S. Naipaul vuelve al género que le hizo grande, con La máscara de África, su libro más reciente desde que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 2001.
La relación de Naipaul con África ha sido tensa e intensa. También constante. Precedido por sus debates sobre el colonialismo y la independencia, en las que su posición siempre fue a contracorriente, lo cierto es que la polémica no ha dejado de perseguir al autor, tampoco en el tema africano.
Pues bien, La máscara de África promete solventar antiguas polémicas y, todavía mejor, inaugurar otras. Libro de viaje, registro del destino postcolonial, memoria de sus estudios en Uganda, pero también documento vivo, en carne y hueso, de las distintas maneras en que los mitos y creencias africanas han persistido por encima de la ausencia de escritura o la expoliación colonial, de las guerras tribales o los intereses occidentales, de la independencia y de las tiranías más crueles.
Un Naipaul cercano, en escala «humana», hasta donde lo permite una personalidad hosca y un lenguaje que ha convertido la aspereza en la mayor garantía de su credibilidad y al mismo tiempo de su elegancia literaria.
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EL SEPULCRO DE KASUBI
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En 1966 pasé entre ocho y nueve meses en África Oriental. Un mes en Tanzania; unas seis semanas en la altiplanicie de Kenia; el resto del tiempo en Uganda. Años más tarde incluso utilicé una versión de Uganda para un relato, algo que únicamente puedes hacer cuando crees tener una idea imparcial de un sitio, o una idea acorde con tus necesidades. Volví a Uganda cuarenta y dos años después de aquella primera visita. Esperaba dar comienzo allí a este libro sobre la naturaleza de las creencias de África y pensaba que sería mejor adentrarme sin prisas en mi tema en un país que conocía o que medio conocía. Pero me di cuenta de que el país se me escapaba de las manos.
Había ido a Uganda en 1966, en calidad de escritor residente, a la universidad de Makerere, de Kampala, la capital. Vivía en una casita gris de una planta en el campus, que era espacioso y abierto y estaba bien cuidado, con calles asfaltadas y bordillos y vigilantes a la entrada enrejada. Mi asignación (que concedía una fundación estadounidense) me daba para chófer y cocinero. Mis obligaciones no estaban muy definidas, y vivía más o menos retirado, absorto en un libro que me había llevado, en el que trabajaba a diario con ahínco, y prestaba menos atención de la debida a África y a los estudiantes de Makerere. Cuando quería descansar un poco del libro y el campus iba en coche hasta Entebbe, a unos veinticinco kilómetros, donde estaba el aeropuerto y donde, a la orilla del lago Victoria, grandioso, el mayor de África, también había un Jardín Botánico (como en otras ciudades coloniales británicas) por el que daba gusto pasear. En ocasiones algunas partes del jardín quedaban anegadas por el agua del lago Victoria que se filtraba (recordatorio de la naturaleza salvaje que nos rodeaba, pero de la que estábamos protegidos).
El viaje de Kampala a Entebbe era un paseo por el campo; en parte por eso resultaba tan apacible en 1966. Había cambiado. Mientras aterrizaba el avión, desde el aire se veía cómo había crecido Entebbe, con algo más que unos cuantos poblados o aldeas desparramados por la tierra verde y húmeda bajo las cargadas nubes grises de la estación de las lluvias, y se comprendía que lo que en su momento había sido monte en una zona sin importancia de una pequeña colonia se había transformado en valioso terreno edificable. Los brillantes techos de chapa ondulada nuevos daban la sensación de que a pesar del terrible pasado reciente, cuarenta de los peores años de África -la guerra y las pequeñas guerras tras una sangrienta tiranía-, allá abajo podía haber un auténtico frenesí por el dinero.
El viaje hasta la capital ya no era un paseo por el campo. Una vez pasados los antiguos edificios administrativos y residenciales de la Entebbe colonial, que habían logrado resistir (los tejados rojos de chapa ondulada y los entarimados de los aleros pintados de blanco aún en buen estado), te topabas con una zona improvisadamente semiurbanizada, de aspecto endeble, donde muchos de los edificios que se habían levantado (tiendas de comestibles, pisos, garajes) parecían a la espera de ser derruidos y mientras tanto eran luminosos y repetitivos, con anuncios de telefonía móvil en las paredes pintadas.