Marcelo Figueras
Se me ocurrió meterme en Google para ver qué aparecía si uno tipeaba la palabra héroe. Lo que encontré se parece bastante a lo que me había imaginado. De las diez primeras entradas algunas tenían que ver con el asunto en su acepción más clásica: páginas de Wikipedia dedicadas a la noción mitológica del héroe, links con la obra de Joseph Campbell y un estudio de Joaquín María Aguirre sobre Héroe y sociedad, El tema del individuo superior en la literatura decimonónica. También figuran un par de links sobre la película Hero de Zhang Yimou (espectacular, dicho sea de paso) y uno dedicado a los héroes de historieta, heroecom.blogspot.com. Pero como era de esperar, también hallé referencias absurdas en los primeros lugares de la lista: un link que remite a la letra de una canción de Il Divo y otro que te lleva a la letra de un tema de Enrique Iglesias, Quiero ser tu héroe. La mayor parte de las veces, cuando se habla de héroes la cuestión se traslada de inmediato al terreno de lo ficcional, o bien remite al pasado. En lo que hace al mundo contemporáneo, los únicos que hablan de héroes son Il Divo y Enrique Iglesias. Lo cual debería explicar por qué estamos como estamos.
Cuando lo que uno mete en Google es la palabra en plural, la cosa cambia: más allá de tres entradas dedicadas a la banda Héroes del Silencio, todas las demás están consagradas a un éxito televisivo. Todavía no pude ver más que el primer capítulo de la serie Héroes, por lo cual sería injusto arriesgar algo parecido a un juicio crítico, pero la verdad es que a mi corazón de nueve años (Jerry Lewis dice siempre que en el fondo todos tenemos esa edad) le encantó. Lo primero que me gustó fue su premisa. Siempre creí que la evolución humana es un proceso que no se ha completado, y que estamos en camino a lo que debería ser la próxima fase –siempre y cuando algunas de las luminarias que manejan nuestros destinos no acaben antes con el planeta. Cuando pienso en nuevas fases evolutivas imagino a un ser humano más conectado con el fenómeno de la vida, y por ende mejor dispuesto a integrarse con su entorno; o en una especie humana con natural aversión a la violencia, no por miedo ni por cobardía sino al contrario, porque el desarrollo de su inteligencia le ha permitido entender que por cada problema puntual que la violencia cree resolver, crea diez, veinte, mil problemas nuevos. Parafraseando a un personaje a quien quiero mucho: lo único que no tiene solución es la muerte. Todo lo demás se puede resolver, con paciencia, saliva –y por supuesto, buena voluntad.
Pero en fin, supongamos que un posible salto evolutivo nos permitiese desarrollar características que hasta hoy tenemos en estado rudimentario: la de regenerar nuestros tejidos, por ejemplo (cosa que ya hacemos con cada cicatriz), o la de progresar en nuestras habilidades comunicativas hasta entrar en el terreno de la telepatía, o la de reescribir contratos con leyes que hasta ahora habíamos respetado reverentemente, como las de la gravedad, el tiempo y el espacio. ¿Por qué no? No sé cuánto duraría esta conversación en términos de pura especulación científica, pero si nos limitamos a la ficción, se trata sin duda alguna de una base fantástica para uno y mil relatos.
Me gusta que la serie creada por Tim Kring ponga esos poderes flamantes en manos de gente común y corriente: el empleado japonés de una enorme compañía, un enfermero, una estudiante de secundaria. Me gusta que algunos de esos poderes vayan a manos de gente llena de defectos y de problemas, como la madre soltera en deudas con la mafia o el artista que pinta visiones del futuro cuando está en un trance inducido por la heroína. Me gusta, incluso, que muchos de ellos tengan relaciones conflictivas con sus habilidades, y que no sepan bien cómo controlarlas, y que hasta les resulten dolorosas, como al policía-telépata que interpreta Greg Grunberg a partir del segundo capítulo.
Supongo que la cuestión terminará de perfilarse cuando se aclare contra quién o quiénes se enfrentarán estos personajes, porque la medida del héroe la da el villano al que se opone. Todo lo que pude entrever hasta el momento es que existe una trama apocalíptica que esta gente deberá frenar; hasta aquí suena creíble, porque nuestro mundo actual corre riesgos de apocalipsis totales o parciales a los que es imperativo hacer frente ya, con superpoderes o sin ellos. Ojalá Tim Kring respete la lógica instaurada en el primer capítulo y nos muestre villanos igualmente comunes y corrientes, porque los que nos hacen la vida difícil no se diferencian demasiado de nosotros: tan sólo quieren un poquito más de poder y un poquito más de dinero, tan sólo piensan que la ley es algo maleable, tan sólo piensan que a veces la violencia puede ser útil.
De las entradas principales de Google, sólo una intenta arrancar la noción del héroe del pasado y de la mitología: se trata de un proyecto sin fines de lucro llamado miheroe.org, que invita a la gente a escribir sobre las personas que los han influido en la vida real. El concepto que se maneja es un tanto lábil: no estoy muy seguro de que Rudolph Giuliani sea un héroe, y tampoco Stan Lee, por más que haya inventado tantos; y tampoco creo que los gorilas de Uganda lo sean por el simple hecho de que atraen turistas que ayudan a la economía del lugar. Creo asimismo que la gente que se enfrenta a terribles enfermedades puede tener conductas heroicas sin que su coraje las convierta en héroes. Pero está bien que se piense en gente como Rosa Parks, Muhammad Ali, Martin Luther King, Nelson Mandela y Wangari Maathai –la primera mujer africana en ganar el Nobel de la Paz; dicho sea de paso, todos los que acabo de mencionar son negros- para definirlos como héroes, porque son gente cuyo ejemplo tenemos fresco, tanto como la consciencia de que este mundo necesita discípulos suyos por doquier.