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Uno de los buenos

Por 16 de marzo de 2007 Sin comentarios

Marcelo Figueras

La lectura de Los Informantes, de Juan Gabriel Vásquez, me resultó un placer por varios motivos. En primer lugar, porque me certificó que lo de su más reciente novela, Historia secreta de Costaguana, no era casualidad ni un capricho del destino: como Costaguana, Los Informantes es una historia digna de lectura, la obra de una artista que -estoy convencido- dará mucho que hablar de aquí en más. Lo segundo que entendí al leer Los Informantes, es que Juan Gabriel Vásquez es un hombre con un plan.

Al igual que Costaguana, Los Informantes es la historia de una llaga, un dolor del pasado cuya imposibilidad de cicatrizar -el olvido nunca cura, apenas anestesia- compromete el futuro de los protagonistas. En este caso se trata de un campo de concentración que existió en Colombia durante los años 40, donde se encerraba a los inmigrantes alemanes sospechados de simpatía o complicidad con el Reich. Hablamos aquí de privación ilegítima de la libertad, de confiscación de bienes, de delaciones, de listas negras; asuntos todos, nos consta, que están lejos de ser cuestiones confinadas al pasado. El narrador, un periodista llamado Gabriel Santoro, siente que es su deber sacar a luz aquella historia aciaga, y elige hacerlo escribiendo la biografía de una mujer a quien conoce bien: Sara Guterman, una vieja amiga de su padre. Santoro obra movido por el afecto que siente por Sara, y también porque su conciencia -o mejor: su instinto de supervivencia- le indica que nada bueno puede salir del seguir barriendo mugre debajo de la alfombra. Lo que no imagina es que apenas editado su libro, la crítica más cruel y demoledora provendrá de la pluma de su propio padre -que también se llama Gabriel Santoro. En Los Informantes, la duplicación de nombres sugiere duplicación de oportunidades. El error de Santoro padre, en todo caso, es suponer que Santoro hijo significa su condena, cuando en realidad entraña su única posibilidad de redención.

A partir de allí la novela, que se toma a sí misma por una non fiction story llamada, precisamente, Los Informantes, devela lentamente el secreto que Gabriel Santoro padre ocultó durante tantos años, pero también hace otra cosa, quizás más trascendente: confirma que lidiar con el pasado irresuelto no puede sino modificar el presente, y que ese sacudón no respetará ni siquiera la santidad de la propia casa. (Como dice el refrán inglés: no existe buena obra que no reciba su castigo.) Lo bueno es que Santoro hijo, al percibir que su iniciativa derrumba la historia oficial de su familia, no aparta la mirada; lo bueno es que Santoro hijo, al comprender que saber tiene su precio, se dispone a pagarlo aunque la mano le tiemble.

A Juan Gabriel Vásquez no le tiembla nunca la mano. Habla de lo que sabe, o mejor dicho: de lo que ha querido saber. Tanto Los Informantes como Costaguana encuentran su inspiración en hechos ciertos de la historia colombiana, pero nunca caen en el provincianismo ni se agotan en el color local porque Vásquez está seguro de que el drama que narran no es parcial ni sesgado, sino uno de resonancias universales. Pero además, aunque estén ancladas en el pasado, ambas novelas apuntan al futuro. Juan Gabriel Vásquez mira hacia adelante, hacia el mañana, escribe con hambre de gloria. Se ha ganado el más profundo de mis respetos, porque al contar que cuenta -y de la manera en que eligió hacerlo- me demostró que la gloria a que aspira no es la hueca de la consagración literaria, sino la de aquel que quiere saber hoy que es mejor hombre que ayer. Como los grandes de verdad, Vásquez se hace cargo de su tiempo y de su circunstancia y los transforma con su imaginación. Como los grandes de verdad, Vásquez cuenta historias que sabe destinadas a perdurar -porque son historias que le importan, que nos importan. Como los grandes de verdad, Vásquez lleva al lector a vivir una aventura de la que no saldrá igual, porque todo relato inolvidable nos cambia la vida.

Recuerden ese nombre. Juan Gabriel Vásquez es uno de los buenos.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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