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Un parche para el alma

Por 4 de enero de 2008 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Matar a un ruiseñor es una novela maravillosa. Había visto la película de Robert Mulligan varias veces (con Gregory Peck como un inolvidable Atticus Finch y un jovencísimo Robert Duvall haciendo de Boo Radley), pero nunca había leído el original de Harper Lee. (A quien por lo demás no le fue nada mal con la novelita: la cubierta de mi edición dice ‘Ganadora del premio Pulitzer, más de 30 millones vendidos’. ¡Treinta millones de libros! Cifras hoy impensables para un libro de calidad.)

La historia es la misma: el relato en primera persona de una niña apodada Scout, que vive en un pueblo del sur de los Estados Unidos en 1935. Matar a un ruiseñor es a la vez una historia de iniciación, un cuento de fantasmas -Maycomb tiene su propio espectro, el mentado Boo Radley- y un retrato de la vida pueblerina en la América segregada. A la vez es vehículo de uno de los mejores personajes de la literatura americana, quizás el más admirable (Ajab es inconmensurable pero dista de ser un ejemplo): Atticus Finch, padre de Scout y de su hermano mayor Jem, un viudo que cría a sus hijos con la ayuda de una mujer afroamericana llamada Calpurnia. Finch es abogado y trabaja todo el día. Imposibilitado de vigilar a sus hijos de manera constante, y por ende de controlarlos en las minucias de la cotidianeidad, se concentra por ello en lo verdaderamente importante: el alma de sus hijos. Si Harper Lee -que le dedica la novela a un ‘Mr. Lee’ en quien no cuesta nada imaginar a su propio padre- hubiese tenido la intuición de adelantársele a Savater, podría haber titulado la novela Etica para Jem y Scout sin equivocarse ni un poco. ¿Quién no sueña con ser un padre como Atticus Finch?

Pero por supuesto, tratándose de una Gran Novela Americana no puede faltar un crimen. Una joven blanca acusa a un negro, Tom Robinson, de haberla violado. La defensa que Atticus Finch hace de Tom Robinson es heroica, precisamente porque está perdida de antemano a pesar de que no existe una sola prueba, ni médica ni jurídica, de la veracidad del presunto crimen. Robinson es encontrado culpable por el simple hecho de que en aquellos tiempos y en aquel lugar, un negro no tenía esperanza alguna de ser exonerado por un jurado de blancos. El único crimen que ocurre en Matar al ruiseñor lo perpetra el sistema. A pesar de lo cual el transcurso del juicio se convierte en parte clave de la educación de Scout y de Jem. El centro de la ética de Atticus (¿Etticus?) Finch está expresado en el título de la novela. En la figura de esa ave, que no es predadora ni devasta las cosechas sino que tan sólo canta para deleite de todos, Atticus cifra su prueba de la inutilidad de la violencia. Matar a un inocente es indudablemente un crimen. Y para Atticus todos los seres humanos son buenos en su esencia, o en todo caso son como son por una causa que amerita comprensión y tolerancia.

La novela me hizo llorar dos veces, a pesar de que me sé su historia de memoria. La primera cuando Atticus trata de explicarle a Scout por qué protegerán a Boo Radley con una mentira. Scout entiende al vuelo y le dice: ‘Sería como dispararle a un ruiseñor, ¿no es verdad?’ El salto silogístico que Scout hace le demuestra a Atticus que ha logrado enseñarle a la niña lo esencial: Boo Radley es para muchos el monstruo del pueblo pero para Scout es un inocente, un ser humano con las mismas dignidades que los demás. Pocas páginas más adelante, Scout le refiere a su padre la historia de un libro infantil en que una persona a quien se creía malvada revela al fin su decencia esencial. ‘Atticus, era realmente agradable’, le dice a su padre. A lo que Atticus responde: ‘La mayor parte de la gente lo es, Scout, cuando uno logra verla al fin tal como es de verdad’.

Ah, ¿por qué será que la literatura de hoy no produce más maravillas como Matar a un ruiseñor? ¿Será porque nos tragamos el argumento que nos vendió el sistema por propia conveniencia, eligiendo creer que el otro es un enemigo del que cuidarse en lugar de un hermano potencial, un sostén, un amigo?

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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