Marcelo Figueras
Más allá de las esporádicas películas de autores con una voz personal, el cine argentino suele encolumnarse detrás de dos tendencias: los films comerciales (animación infantil, comedias crasas) y los films que se presumen artísticos, que por cierto se acomodan siempre al dictado de la División Internacional del Trabajo Cinematográfico, esto es, la clase de películas que los programadores de los festivales del mundo consideran que deberíamos hacer siendo latinoamericanos. (Por eso hay tantas películas sobre pobreza extrema, o sobre adolescentes anómicos y aburridos, lo cual es casi lo mismo a decir que por eso hay tantas películas extremadamente pobres, anómicas y aburridas).
Yo creo que entre las comedias groseras y la Consagración de la Nada existe un universo de posibilidades creativas. Por ejemplo, el de reclamar la atención del público masivo recurriendo a los géneros que la gente privilegia: policial, comedia romántica, suspenso, fantástico, terror… Lo cual supone, en la modesta pedida de nuestros presupuestos, el intento de disputarle una porcioncita del mercado a su dueño casi monopólico, esto es las distribuidoras de origen norteamericano. (Como ven, la decisión sería política además de artística.) Hace algunas décadas, coincidentemente en el momento en que Argentina logró construir algo parecido a una industria cinematográfica, el país ofrecía con regularidad comedias de teléfono blanco y policiales de buen nivel. No hace tanto aún que Adolfo Aristarain nos asombraba con sus propios policiales, que lejos de ser un mero ejercicio de género decían mucho sobre la Argentina del momento: verdaderos peliculones, como Tiempo de revancha y Últimos días de la víctima.
En este sentido Tiempo de valientes, la película de Damián Szifrón, hace honor a su nombre: es un gesto de coraje el salir a disputar la cancha y el público cautivos de las majors americanas. Con un presupuesto infinitamente menor al de Arma mortal (que creo que en España fue Arma letal), Szifrón compensa el desbalance con gracia e ingenio. Tiempo de valientes es una comedia policial, lo que suele llamarse buddy movie: una historia centrada en la improbable asociación de dos personajes muy diferentes, en este caso un policía deprimido por la traición de su mujer (Luis Luque) y un psicoanalista (Diego Peretti) condenado a trabajo de probation por un accidente de tránsito. Es una película bien hecha, que narra con la fluidez que a tantos cineastas hispanoamericanos parece resultarles esquiva. Obtuvo buena repercusión entre el público en su estreno en la Argentina, y me consta que ahora que la estrenaron en España, a la gente le gusta; me ha llegado más de un comentario agradecido.
Personalmente lamento que una vez establecidas las pequeñas idiosincrasias que le dan a la película su sabor peculiar –la corrupción como norma dentro de la institución policial, el psicoanalista enfrentado a su propia crisis-, Tiempo de valientes se quede pegada a la fórmula sin retorcerla nunca ni abrirle nuevas ventanas. Con el cambio de algunas líneas de diálogo podría ser filmada en inglés tal como está, con Robert De Niro como el policía y Billy Cristal como el psicoanalista –sólo que esa película ya ha sido hecha, y se llama Analízame. (Aquel que pretenda que entre el mafioso que interpretaba De Niro y el policía de Luque debería haber un abismo de diferencia, es porque no conoce a la policía argentina).
Tiempo de valientes es un paso en la dirección correcta, pero necesitamos ir mucho más lejos. Necesitamos reinventar los géneros desde nuestras propias obsesiones y realidades, utilizar la convención pero para nuestro propio beneficio; torcerle el brazo como Jacob al Ángel y decirle que no lo soltaremos hasta que no nos bendiga, porque hay millones de hispanoamericanos que sufren una sed de cine propio, personal, idiosincrático, que Hollywood nunca podrá paliar por más millones que invierta en sus artificiales hamburguesas cinematográficas.