Skip to main content
Blogs de autor

Sobre los neo-bárbaros

Por 14 de junio de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Hay veces en las que me pellizco para despertar de la anestesia que inocula la costumbre. Leo de los muertos en la playa palestina, entre los cuales hay niños veraneantes, maldigo entre dientes como siempre y doy vuelta a la página para ver qué otra cosa ocurrió en el mundo. Mi anestesia no dura demasiado porque la noticia retorna al otro día, con voceros de las fuerzas armadas israelíes pretendiendo que se trató de “un error”. Y reaparece ayer una vez más, con los mismos voceros desdiciéndose (¿no se les paga a los voceros para que presenten argumentos convincentes?) y atribuyendo el incidente a una mina de Hamás. Estos israelíes escucharon tantas veces el cuento de que los terroristas se devoran a sus niños que han empezado a creérselo. Decir que Hamás colocaría una mina para contener una posible incursión israelí, sin retirarla después o avisar a su gente, es un disparate. Tan absurdo como imaginar que los españoles podrían minar una playa del Mediterráneo tratando de evitar la llegada de pateras, y olvidarse de alertar a la población que rodea el lugar. Por supuesto, antes de que se pueda llegar a conclusión alguna sobre este asesinato la realidad se supera a sí misma: el ejército israelí vuela un autobús. Mata a dos activistas, pero también a inocentes –entre ellos dos niños. (Más niños. Y después la gente se pregunta por qué hay tantos niños en mis ficciones. Son los fantasmas que me visitan a diario). Los voceros ya dicen que fue un error. Quizás mañana arguyan que uno de los niños llevaba una bomba dentro de la vianda con que iba al colegio. Pobres soldados israelíes, tan estresados que al principio creen haber bombardeado desde su barco y disparado un misilazo y después comprenden que no, que nunca hicieron tal cosa.

La masacre de inocentes es tan vieja como la civilización –y por supuesto, más aún. Pero por lo general la asimilamos a la clase de tiempos que denominamos bárbaros. Es cosa digna de un Atila, de personajes despiadados que se expresan en un idioma gutural. En cuanto podemos, tratamos de soslayar hasta qué punto la actual civilización fue erigida sobre la sangre de inocentes: durante la conquista de América y de África, durante la guerra contra los nativos en los Estados Unidos, en la Argentina, en México, en Perú, en Bolivia… Hubo una época en la que se pensó que podían aplicarse criterios normativos a las guerras, someterlas a ciertas normas de fair play. Pobre Marqués de Queensberry. El siglo XX arrasó con sus ilusiones al bombardear Guernica, Londres y Berlín, al convertir a Auschwitz en un sitio tristemente célebre, al devastar Hiroshima y Nagasaki. Los políticos apelan a argumentos que, al calor del presente Mundial de Fútbol, no sería inadecuado denominar resultadistas: el fin justifica los medios. Las cuentas cierran. Los muertos de Hiroshima y Nagasaki son un buen negocio porque significan menos muertos –eso dicen- de los que hubiese producido la Segunda Guerra de prolongarse. Y son menos muertos todavía porque viven lejos, hablan otro idioma y no conocemos ni siquiera uno de sus nombres. Son menos que muertos: son garabatos en el diario, palabras huecas en el informativo de la radio.

Temo que nos estemos volviendo demasiado permeables a esta dialéctica del mal necesario. El lunes por la noche vi episodios de Lost y de 24, dos de las series que sigo semanalmente. En ambos había un personaje protagónico, uno de los “buenos”, que torturaba a otro para obtener una información que, de resultar cierta, ayudaría a la supervivencia de un grupo. Parecían la misma serie, no sólo porque escenificaban escenas de tortura, sino porque esgrimían los mismos argumentos. Es verdad que cualquiera de nosotros estaría dispuesto a hacer cosas terribles para proteger a los suyos. Pero en todo caso sólo lo haríamos en situaciones extremas, verdaderamente límites –si es que aceptamos hacerlo. Los poderes fácticos tratan de convencernos de que todos los días existe una situación límite que justifica el uso sistemático de semejantes medios. Si ese fuese el caso, si la preservación de nuestro modo de vida supusiese sí o sí la práctica de atrocidades, deberíamos replantearnos cómo queremos vivir. Mi experiencia como argentino me ha vacunado para que desconfíe de estos “protectores” que matan y torturan para que yo, presuntamente, pueda seguir viviendo en paz. Descreo de la violencia en general, pero abomino de la violencia ejercida desde los Estados, sobre todo ahora que ya no es tan sólo defensiva, sino, como les gusta decir, “preventiva”, y por ende se permite atacar antes de ser atacado. Esto es, cometer un crimen cierto para evitar un crimen hipotético. Y después dicen que Minority Report era una película de ciencia ficción.

Prefiero vivir simplemente –quiero decir, vivir en lo que muchos tildarían de pobreza material- antes que justificar barbaridades hechas en mi nombre. Estos son tiempos bárbaros, e incluso más bárbaros que aquellos que ya portaban el adjetivo –porque hoy somos bárbaros no por ignorancia, sino a consciencia. Y perdonen el brulote. Hoy volví a conocer la indignación.

profile avatar

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

Obras asociadas
Close Menu