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Sobre los defensores de lo indefendible

Por 1 de diciembre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

En ocasiones, el deseo de ser políticamente correctos hace que algunos se vayan al carajo. Carajo, por si no lo saben, era esa canastita en lo alto del mástil más alto donde pasaban el día los vigías, en los barcos de antaño: un lugar ideal para ver más lejos que ninguno, pero también para enloquecer de pura soledad.

Hace algún tiempo cobró notoriedad aquí en la Argentina el caso de una chica que, al término de un embarazo debido a una presunta violación, asesinó a su bebé recién nacido. Romina Tejerina (tal es su nombre) fue detenida y llevada a juicio, al cabo del cual se la consideró culpable y se la condenó a prisión. Su caso se convirtió en causa célebre, en tanto la condena a prisión simple ignoraba los atenuantes de la alegada violación, de la presión social, de la inexistencia de la posibilidad legal de hacerse un aborto y, finalmente, del estado de alteración mental de la acusada. Hace pocas semanas un organismo superior de la Justicia invalidó el fallo por un defecto técnico, que no de fondo, lo cual abrió la posibilidad de que Romina sea liberada por lo menos hasta que se le sustancie un juicio que no incurra en nuevos vicios de nulidad. Yo estoy convencido de que mujeres, viejos y niños son las grandes víctimas de nuestras sociedades, y creo que con la prudencia del caso debería legalizarse el aborto en la Argentina. Pero también creo que Romina dejó de ser víctima en el momento en que se convirtió en victimaria. Ese bebé recién nacido era inocente de toda culpa. Desde el momento en que mató, aun cuando hubiese sido presa de una emoción violenta, estimo que Romina demostró que no puede moverse libremente en sociedad, al menos por un lapso estimable. Quizás no merezca culpa criminal dada su circunstancia, sin embargo se me hace que sería bueno que permaneciese bajo un régimen de internación, o supervisión psiquiátrica estricta, para minimizar las posibilidades de que vuelva a dañar a alguien –o de que se dañe a sí misma.

En el fragor de la defensa de Romina, alguien llegó a dedicarle una canción que la llamaba santa. Puede que yo haya entendido mal las historias de santos que llegaron a mis oídos, pero hasta donde registré no existen santos que maten niños, y mucho menos a sus propios hijos. El acto de Romina, humanamente comprensible aunque nunca justificable, está en las antípodas de cualquier noción de santidad. Es verdad que Romina merece defensa justa, es verdad que su caso debe ser estudiado no sólo en lo particular, sino en la medida en que simboliza la cruz que padecen tantas otras mujeres indefensas, es verdad que expone llagas sociales que reclaman tratamiento político y legal urgente. ¿Pero santa?

Ahora apareció otra jovencita, Elizabeth Díaz, que mató a su bebé después de parirlo. Según parece el padre de la criatura violaba a la chica de 19 años desde que ella tenía diez, edad en la que empezó a trabajar como empleada en su casa. Elizabeth fue a juicio en su provincia natal, Córdoba (que se caracteriza por tener sistema de jurados, como en los Estados Unidos), y fue absuelta del crimen por el dictamen de sus pares. Como yo no quiero cometer el mismo error del vigía solitario, no voy a sacar conclusiones apresuradas ni a repartir culpas a lo bobo. Lo único que haré será preguntarme en voz alta algo que por supuesto no hallará respuesta inequívoca: si Elizabeth hubiese hecho lo que hizo de no haber existido la glorificación de Romina Tejerina, y también si el jurado hubiese fallado como lo hizo dada la misma circunstancia, devolviendo a su casa como si nada a una chica que transpasó un límite del alma del que no se vuelve así nomás, a no ser que medie mucho tiempo y una atención profesional constante.

La vida está llena de grises, y nos conmina a caminar con el cuidado de los equilibristas para no caer en abismos maniqueos.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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