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Sobre La Noche de los Lápices

Por 18 de septiembre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Este sábado fue una de las raras ocasiones en que el Obelisco sirvió para algo. El tan tradicional como algo banal símbolo de Buenos Aires se disfrazó de lápiz, para conmemorar los treinta años de uno de esos hechos que contribuyeron a despojarnos de nuestra inocencia: la Noche de los Lápices. A mediados de septiembre de 1976, grupos de operaciones de la policía bonaerense secuestraron a varios adolescentes de entre 16 y 18 años, que habían destacado en su reclamo en pos de la instauración de un boleto estudiantil. Esto es: chicos que reclamaban que los estudiantes pudiesen pagar menos por el uso del transporte público, tal como era costumbre hasta que se instaló la dictadura. Se ve que los represores consideraban que del boleto estudiantil al triunfo del comunismo mediaba un solo paso, por lo que decidieron hacer tronar el escarmiento. Enviaron a los perros negros en su busca, los arrancaron de sus casas, los encerraron en cárcel clandestina (el sábado también hubo un homenaje en el Pozo de Bánfield, el campo de concentración donde vivieron sus últimos días: un monumento al horror que todavía está de pie), los torturaron en cuerpo y alma (porque además de la violencia física los sometieron a simulacros de fusilamiento) y finalmente los fusilaron de verdad.

Disculpen que me ponga obvio, pero necesito subrayar el dato: hablo de chicos y chicas de la edad de mis hijas, o sea a medio cocer, de ojos tan grandes como inocentes, todavía inseguros, puro tallo, de esos que aun no logran manejar bien el cuerpo nuevo y a los que la voz les tiembla, llenos de generosidad y de torpeza y por eso indignos de cualquier otra cosa que no sea cuidado y ternura. Pero para las bestias que entonces tenían el poder eran enemigos del Estado, o cuanto menos enemigos en potencia; imagino que decidieron arrasar con ellos para que su destino disuadiese a otros de imitarlos.

La semana pasada me conmovió el testimonio de Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes, que hoy roza los cincuenta años. Las cámaras de Telenoche, el informativo de Canal 13, lo acompañaron en su regreso al Pozo de Bánfield. Se acordaba del sitio a la perfección, y podía identificar cada una de las celdas infectas en que vivieron semidesnudos, durante aquel tiempo que tan sólo para Pablo no fue el último. Verlo quebrarse como se quebró me partió el alma: la forma en que parecía volver a los 18 al hablar de aquellos compañeros que nunca crecieron, la culpa del sobreviviente que prometió a todos que los sacaría de allí y fracasó en su cometido. (Díaz salió del Pozo de Bánfield para ser blanqueado como prisionero del Estado, y pasó preso otros tres años.) Tal como me ocurre cada vez que rememoro el hecho, no puedo dejar de pensar que ellos tenían pocos años más que yo; pero yo provenía de una familia apolítica, y tenía un interés todavía escaso en el mundo real (vivía en una nube de fantasías, ya por entonces no ansiaba otra cosa que ser escritor), y de alguna manera este desapego me protegió. Si la dictadura hubiese llegado unos años después, cuando yo ya había despertado al mundo y respondido al deseo de convertirlo en un sitio mejor, seguramente no sería yo quien escribe hoy en este espacio.

Para aquellos tentados de desdeñar esta historia como parte de un pasado remoto, valga el relato de lo ocurrido la semana pasada. Durante algunas horas, la entrada que la enciclopedia online llamada Wikipedia dedicaba a La Noche de los Lápices describió el hecho como “un invento creado por las organizaciones terroristas que reclutaban jóvenes secundarios y universitarios para llevar a cabo sus delitos de lesa humanidad”. Es decir que existe alguien hoy que abusó del mecanismo liberal de la Wikipedia, que permite a sus usuarios modificar los contenidos que brinda, para justificar el secuestro y asesinato a sangre fría de un grupo de adolescentes. Lo cual equivale a decir que sigue existiendo gente que si tuviese oportunidad, volvería a perpetrar horrores como los ya cometidos.

Por eso quiero mencionar por sus nombres a María Claudia Falcone, Horacio Ungaro, Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, Francisco López Muntaner y Daniel Racero. Porque aunque sus asesinos se hayan empeñado en esconder sus cuerpos, yo quiero que en este sitio los chicos no sean desaparecidos, sino aparecidos.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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