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Sobre el encanto de las revistas

Por 24 de agosto de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

La cuestión del aniversario de la Rolling Stone me hizo pensar en las otras revistas que me acompañaron durante mi historia. ¿Alguien recuerda cuáles fueron las primeras revistas que hojeó? Yo no, al menos; por fortuna borré la mayoría de los recuerdos de esa época en que uno no podía ejercer su propio criterio. (Aunque creo recordar la lectura de muchas revistitas producidas por el imperio Disney. La cuestión era un poco esquizofrénica, porque en algunas revistas los sobrinos de Donald eran Hugo, Paco y Luis, y en otras eran Huguito, Dieguito y Luisito. No importa. Sigo). Mi tía abuela me compraba todas las Navidades El Libro de Oro de Patoruzú, siendo Patoruzú un indio que tenía su propia historieta y hasta su versión infantil, Patoruzito, que recientemente ha protagonizado dos películas, la segunda de las cuales acaba de fracasar con todo éxito. (En realidad mi tía le compraba El Libro de Oro a su hija Ana, que aunque me llevaba veinte años me prestaba la revista a duras penas y después me la quitaba para archivarla bajo llave en su placard secreto. Siempre fue medio estreñida, Ana. Sigo).

Las primeras revistas en volverme loco fueron las mexicanas de Editorial Novaro, dedicadas a los héroes de DC Comics: Superman, Batman, Linterna Verde, Flecha Verde… Llegaban de manera quincenal, lo cual significa que cada dos semanas estaba yo allí, al pie del kiosko. Los kioskos que frecuentaba eran dos: el de Fernández, en la esquina de mi casa, y el de Pepe, en la esquina de mi tía abuela. Fernández era antipático y me intimidaba. Pepe era tan simpático y generoso como mi tía abuela. Debo haber llegado a tener miles de esas revistas. (Me pregunto dónde habrán ido a parar. Prefiero no responderme todavía. Sigo).

Después empezaron a fascinarme las revistas de una empresa local, la Editorial Columba: se llamaban D’Artagnan, El Tony y Fantasía, y su ventaja era que incluían un montón de aventuras de personajes diferentes. Los que más me gustaban eran dos: Nippur de Lagash, que era un guerrero sumerio a quien llamaban El Errante y que en buena medida se convirtió en mi primer maestro de ética, y Dennis Martin, que era un agente secreto a la James Bond pero más moderno (pelilargo, pantalones con botamanga de elefante) y con más sentido del humor. Recuerdo que me tomaba el trabajo de arrancar las aventuras de Nippur y de Dennis Martin de sus revistas originales y de armar volúmenes sui generis atados con piolines. (Yo sé dónde fueron a parar estos incunables. Mi padre los tiró a la basura, el mismo destino que deben haber corrido mis revistas de Batman. ¿Cómo hace para lidiar uno con las cosas terribles que nos hace la gente buena, a la que además amamos? Todo un tema para el futuro. Sigo).

Nippur y Dennis Martin tuvieron tanto éxito que se ganaron sus revistas individuales. Mi padre las tiró también, pero esta vez el tiempo ofreció revancha. Me compré tres compilaciones de las aventuras de El Errante que conservo entre mis posesiones más preciadas, junto con el dibujo original de Nippur que me regaló el maestro Lucho Olivera, su creador, poco antes de morir. Y en una librería de reventa encontré varios ejemplares de las revistitas de Dennis Martin, que también atesoro. (Es culpa de Dennis que yo haya obsequiado rosas amarillas a las mujeres de mi vida, eran sus favoritas y se convirtieron en las mías. También fue su culpa que usase pantalones con botamangas anchas, pero esta es una manía a la que me sobrepuse. Sigo).

Después aparecieron otras revistas de historietas, como Skorpio y Tit Bits (reedición de un título clásico), que me permitieron descubrir al Corto Maltés y a joyas históricas como Terry & The Pirates, de Milton Caniff. En la Skorpio también había un personaje llamado Henga, que me interesaba mucho porque Zanotto dibujaba unas mujeres prehistóricas que te dejaban sin aliento. (Esto me hace acordar de algo. Mi tío Tito escondía en el placard de su adolescencia algunas revistas de mujeres semidesnudas que se llamaban Adán. Hoy mi tío es del Opus Dei, vive en Washington y adora a Bush. Es una suerte que aquellas revistas no me hayan producido el mismo efecto. Sigo).

La adolescencia supuso también la llegada de la música. Me compraba una revista llamada Pelo, que era medio pava pero tenía información. (Mi número favorito fue uno especial dedicado a los conciertos de Génesis en Brasil. ¡Era como haberlos tenido cerca!). Pero mi favorita era el Expreso Imaginario, que además incluía artículos sobre cine, filosofía, ecología y demás derroteros del post-hippismo. Allí escribían algunos de mis maestros del periodismo, como Alfredo Rosso y Claudio Kleiman, con los que llegué a trabajar con el tiempo: este es un hecho que me llena de orgullo. Imagino que parte del entusiasmo que me produjo escribir en revistas tuvo que ver con el haberme vuelto parte de este medio tan amado. Con los años terminé dirigiendo Fierro, que durante su primera etapa seguí como lector y que era la revista de historietas más cool que tuvo la Argentina. Estaba tan fascinado con el hecho de ser parte de Fierro que me creí el cuento que me metió el editor: que el director histórico de la revista, Juan Sasturain, había decidido bajarse del barco. Entonces yo fui y escribí un editorial que homenajeaba a Sasturain como maestro, en el que prometía tratar de seguir sus pasos. Lo único que conseguí fue que Sasturain quisiese matarme, porque en realidad no se había ido por propia voluntad, sino a consecuencia de (creo, a ver si meto la pata otra vez) un conflicto gremial o un pedido de aumento no concedido. Estoy seguro de que Sasturain me odia todavía. Aprovecho para pedirle perdón nuevamente. (Ya había salido al mundo y empezado a hacer cagadas, lo cual significa que me había hecho adulto. En este menester sigo).

Con el tiempo llegarían Cahiers du Cinema, Rolling Stone, Esquire, Vanity Fair. A algunas de estas todavía las sigo, a veces por internet, comprándolas siempre cuando viajo. Lo importante es que sigo amando el formato de revista, que sin llegar a la trascendencia que han tenido y tienen los libros (que son como esos amigos que nos iluminan la vida), siempre han sido buenas compañeras. (Vendrían a ser como esos amigos en quienes uno confía siempre para pasarla bien o enterarse de lo último, una función nada desdeñable). Estoy seguro de que rastrear las revistas que uno ha leído es una manera interesante de revisar la propia historia: prueben y me dicen.

Habrán notado que no mencioné ni una sola revista deportiva. Siempre fui un bicho raro.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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