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Sobre diferencias y barreras

Por 1 de marzo de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Me pidieron que escribiese sobre el músico argentino Luis Alberto Spinetta para una revista de Buenos Aires, y con la visión vuelta panorámica a causa (entre otras cosas) de este blog, me pregunté por las idiosincracias que distinguen a nuestras culturas hispanoparlantes. El rock argentino tiene fama de pionero en Latinoamérica y en España, pero no todos sus ídolos tienen el mismo eco más allá de nuestras fronteras. Calamaro es más conocido en España que Charly García y que Spinetta; Soda Stéreo, y por añadidura Gustavo Ceratti, son más populares que sus antecesores en el grueso de América Latina. He intentado que mis amigos españoles oyesen la música de Los Redonditos de Ricota, pero nunca logré que le viesen la gracia. El mismo recorrido puede hacerse en otros sentidos. En términos generales, el rock español jamás conmovió de este lado del Atlántico; los intérpretes pop siguen sonando en las radios, pero sin movilizar multitudes. Aquí la mayor parte de la gente no oyó hablar nunca de Mecano. Y los que conocen a Los Rodríguez los consideran una banda argentina, reclamando como propio al tándem Calamaro-Ariel Rot. Lo mismo ocurrió durante décadas con el rock producido en otros rincones del continente (con la excepción de Brasil, que es un continente en sí mismo). Bandas como El Tri y Los Jaivas eran fenómenos aislados, paladar de minorías. Por fortuna esto ha cambiado. Personalmente, hace ya largo rato que prefiero la música de algunos mexicanos antes que lo que pasa hoy por rock en la Argentina. ¡Larga vida a Café Tacuba y Natalia y La Forquetina!
Lo mismo ocurre, sin dudas, en otras ramas de la expresión artística. Almodóvar sigue siendo un placer que trasciende fronteras, pero es un fenómeno que empieza y termina con él, puesto que el resto del cine español carece de difusión en la Argentina. (Álex de la Iglesia tiene su merecido culto, pero la única de Amenábar que funcionó aquí fue Los otros.) Es una pena, porque las películas de Isabel Coixet, por mencionar tan sólo un ejemplo, merecen llegar a un público latinoamericano infinitamente más amplio.
Y con la literatura, ni hablar. Más allá de los figurones consagrados (hablo de personajes de la talla de Saramago y de García Márquez), casi nadie repite fuera de casa el éxito que consigue en su tierra. En la Argentina Javier Marías, Manuel Vicent y Javier Cercas son un placer de iniciados. Por supuesto, aquí entra a tallar un aspecto de la cuestión que deja de lado las idiosincracias culturales (que al fin de cuentas son disfrutables, por aquello del viva la diferencia) y se monta específicamente en la política de las editoriales y de las distribuidoras de cine. Fenómenos como los de Alejandro Iñárritu (Amores perros, 21 gramos) y Walter Salles (Estación central, Diarios de motocicleta) son excepciones a la regla que dificulta la circulación de las obras (cinematográficas en este caso, pero también literarias y musicales) en el vasto territorio de la América y de la Europa hispanoparlantes. Ninguno de nosotros puede escapar a esta batalla: ¡tenemos que luchar contra gigantes, colosos que no son precisamente molinos de viento, para lograr que nuestras obras lleguen a su público más natural!
Volviendo al amigo Spinetta, es fácil entender por qué su obra no se volvió masiva en Hispanolandia. Se trata de un artista complejo, de poética oscura, música cortante y voz personalísima; quiero decir, no es David Bustamante. Pero aquellos que sientan debilidad por los creadores a los que les gusta arrojar el guante a su público (desafiar antes que complacer), encontrarán en su obra un universo de una singularidad pocas veces vista en la música popular de los últimos treinta años. Tanto como solista como parte de las bandas Almendra, Pescado Rabioso o Jade, Spinetta creó algunas de las páginas más bellas del rock en español. Pudiendo elegir entre tantas, me quedo hoy con una simple zamba que Spinetta escribió a los quince años, Barro tal vez:
Si no canto lo que siento / me voy a morir por dentro / he de gritarle a los vientos hasta reventar / aunque sólo quede tiempo en mi lugar.
Ya lo estoy queriendo / ya me estoy volviendo canción / barro, tal vez.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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