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Paseando por el bosque de los signos

Por 27 de julio de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Creo haber hablado alguna vez de la naturaleza física de nuestra relación con los libros, que comienza con el tacto: nuestros dedos que exploran su naturaleza con timidez, cuando todavía son nuevos, hasta que la relación se va convirtiendo en familiar durante la lectura; les dejamos marcas, así como ellos –los mejores, aunque de manera más imperceptible que la de una mancha de café sobre la hoja- nos dejan marcas a nosotros. ¿Pero qué ocurre con los libros que compramos y no leemos? Muchos languidecen en su estante, jamás obtendrán su oportunidad. Pero otros esperan. Saben que su hora llegará. En algún momento nos reencontraremos con ellos, y recordaremos la razón por la que los compramos, o encontraremos una nueva, y de esa manera esos libros, aunque objetivamente viejos, se volverán nuevos para nosotros. ¡Me ha pasado tantas veces…!

Esta vez me ocurrió con Emperor of the Air, el primer libro de relatos de Ethan Canin. (Hay una edición en español: Salamandra, si no me equivoco.) La edición es de 1989. Sus páginas ya están amarillas. Adentro conservo un señalador de la librería Doubleday de la Quinta Avenida, en New York, que sin dudas es el sitio donde lo compré. No tengo recuerdo cierto de haber leído el libro; tan sólo una vaga sensación de haberlo hecho, por lo menos algunos de los cuentos. Lo único incontestable es que no me dejó marca alguna, por lo menos consciente: todavía no era su momento.

Ese momento le llegó ahora, cuando buscaba material para organizar un seminario sobre guiones cinematográficos adaptados de fuentes literarias. Se me ocurrió que un cuento podía presentar una posibilidad más clara que una novela. Probé suerte con el primer relato, que da título al libro. Sobre el final encontré unas frases que me hicieron pensar en la visión de la vida que depliega Kamchatka, una de mis novelas: “A las tres semanas el embrión humano tiene branquias en su cuello, como un pez; a las seis semanas, las membranas de los anfibios todavía conectan sus rudimentarios dedos. Milagros. Esto es verdad en la naturaleza en general. La evolución de quinientos millones de años es imitada en cada gestación: aves que en el huevo se ven como peces; peces que emergen como sus ancestros carentes de espina dorsal, parecidos a hojas… Cualquiera que haya visto dividirse una célula podría haber inventado la religión”. Un poco más adelante, en Pitch Memory, encontré un personaje que pegaba su oreja a una radio y podía identificar cada nota de las melodías que propalaba, como la niña de La batalla del calentamiento, mi nueva novela. Sentí un escalofrío. ¿Era Canin un hermano del alma, tal como parecía, o alguien me estaba proporcionando secretamente elementos para mi propia ficción? Se me ocurrió un argumento digno de Stephen King: un escritor que descubre un libro viejo en su biblioteca que contiene el germen de todas las historias que ha escrito, y empieza a preguntarse si el libro se las ha “dictado” de alguna forma misteriosa, o algo mucho peor, si simplemente las ha plagiado. ¡Eso sí que podría ser llamado la angustia de las influencias!

La cuestión es que me quedé prendado de Canin, y me puse a googlear. Descubrí que en un momento dudó de su capacidad para ganarse la vida escribiendo y se puso a estudiar medicina, saber que ejerció hasta no hace mucho; y que tiene varios libros más, que me anoté mentalmente para conseguir a la primera de cambio, en especial su última novela, Carry Me Across the Water. Fue cuando espiaba el archivo del The New York Times que descubrí la crítica de este libro, firmada por la pluma más respetada del periodismo literario, Michiko Kakutani. Esta mujer trata a Canin con cierta condescendencia, y no deja de reconocerle valores a la novela (que de cualquier forma me compraré, Michiko o no Michiko), pero le hace una objeción capital que me dejó pensando: “Esta novela sufre de una cierta falta de pasión,” dice. “Es una performance muy profesional y pulida, pero nunca más que eso: una performance compuesta con cuidado, pero de alguna forma carente de sentimiento profundo”.

Ustedes disculpen, pero para mí, un crítico que le reclama al escritor pasión y sentimiento es una novedad. En mi país, una novela que exhibe pasión es una novela que se arriesga a ser destrozada, salvo que pertenezca a un escritor consagrado: se le perdona a David Viñas lo que se castigaría en un advenedizo. Aquí la ambición está proscripta, salvo que se trate de ambición puramente literaria, en un sentido endogámico: la clase de pasión que gana aplausos de los amigos académicos pero espanta lectores. ¿Y “sentimiento profundo”? ¿Qué es eso? Aquí, por definición, una novela elogiada no puede sino ser una novela químicamente desprovista de sentimiento: cualquier efusión de esa naturaleza la convierte en indigna de ser recomendada en los medios.

Yo creo que el pobre Canin tiene sentimiento, mucho más que cincuenta escritores argentinos juntos; pero también comprendo que Kakutani sienta que sus personajes son tan decorosos que pecan por ello, y que por eso les reclame una pasión que los incite a quebrar moldes –lo cual incluiría, creo, moldes literarios.

También creo que esta vida es un bosque de signos (como las bibliotecas, como Canin, como las frases que cierra la crítica de Kakutani), que están al alcance de nuestra mano pero que sólo decodificamos cuando llega su momento.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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