Marcelo Figueras
Fátima preguntó si había adaptaciones cinematográficas de las obras de Cortázar. Muy pocas, debería decir. Y casi ninguna digna de mención. Hace ya décadas Osías Wilensky filmó una versión de El perseguidor, el cuento inspirado en Charlie Parker donde figura la inolvidable frase: “Esto lo estoy tocando mañana”. Todavía vale la pena ver Blow Up, la relectura que Michelangelo Antonioni hizo de Las babas del diablo. (No confundir con Blow Out de Brian De Palma, que a su manera también conserva el elemento cortazariano, trasladándolo de la fotografía a la grabación sobre una cinta.) Creo que hace poco alguien filmó Manuscrito hallado en un bolsillo, sobre el cuento del hombre que viaja obsesivamente en el metro de París. Y si mal no recuerdo, hace ya tiempo alguien filmó en Italia una adaptación de La autopista del sur, aquella historia en la que tantos automovilistas quedan varados en el camino sin que nunca se entienda bien la razón. Hace algún tiempo intenté convencer a Marcelo Piñeyro de adaptar nuevamente al cine La autopista del sur. Fracasé. Ya lo hará alguien, más temprano que tarde; el cuento sigue siendo una joya.
Veo cine en otras muchas historias de Cortázar. Casa tomada sería una película interesantísima. Y también Lejana, el cuento en que Alina Reyes deja de ser Alina Reyes en la mitad de un puente que cruza el Danubio. Y Torito, claro. Y La noche boca arriba, aquel cuento en que un hombre sufre un accidente y sueña que es perseguido por los aztecas. Y Reunión, donde recrea un episodio de la revolución cubana.
Supongo que la renuencia de los cineastas a adaptar a Cortázar tiene que ver con algo que mencionaba días atrás: la negativa a apartarse de los preceptos del realismo. Porque nadie podría alegar que se trataría de películas costosísimas. Todo lo que hace falta para Casa tomada son dos actores y un edificio ominoso. Todo lo que hace falta para La autopista del sur son un montón de autos usados y un camino. Los elementos con que Cortázar genera inquietud y nos precipita en el ámbito de lo fantástico son cotidianos; nadie que no sea Cortázar puede generar desesperación a partir de un acto tan simple como el de ponerse un pullover, cosa que hace en No se culpe a nadie.
Salvando las diferencias entre ambos autores, se trata del mismo perjuicio sufrido por Borges. La muerte y la brújula sería una película magnífica. (Mi novela El espía del tiempo es una relectura de este cuento, y me consta que es adaptable al cine porque ya lo he hecho.) Emma Zunz es una historia fenomenal que alguien filmó hace ya demasiado tiempo. Lo mismo podría decir de El muerto y de La intrusa. (La intrusa es una de las peores películas de la historia; fue una de las dos ocasiones de mi vida en que me levanté del cine y me fui.) El Evangelio según Marcos es una historia magnífica, que hasta donde sé nadie quiso adaptar. Creo que alguna relectura del Tema del traidor y del héroe se ha visto aquí o allá con otros nombres; o quizás sea que he soñado tantas veces con esa historia que siento haberla reescrito una y mil veces.
Entre tantas maravillas que podría decir respecto de estos escritores, la que cuenta aquí es la siguiente: que emplean el lenguaje para obtener un efecto distinto al de la historia concreta que cuentan, aun cuando ese efecto sea complementario. No se culpe a nadie habla de alguien que lucha por ponerse un pullover, con una prosa que colabora a que nos quedemos sin aire. En El muerto, el ritmo del lenguaje comunica de antemano la fatalidad que alcanzará al protagonista tan sólo en la última línea del cuento.
Buena parte de los cineastas argentinos de hoy se niega a contar una cosa distinta de lo que enseñan sus encuadres. Cuando quieren producir emoción, ponen a alguien que llora. Cuando quieren comunicar vacío, despojan el cuadro. Cuando quieren transmitir la monotonía en la vida del personaje, filman monótonamente. Sin ser literatos, cometen el pecado de la literalidad.
Insisto: aunque respeto la existencia de todos los estilos, no puedo dejar de pensar que hoy en Latinoamérica el realismo es reaccionario, porque sugiere que la realidad es lo que es y no otra cosa, y por ende resulta inmodificable. Sabiendo como sabemos que toda transformación política es lenta y difícil, ¿por qué renunciar a la transformación por la vía de la imaginación, cuando nos consta que el arte crea realidad?