Marcelo Figueras
Uno tiende a creer que las cosas ocurren porque sí, pero los signos resultan demasiado elocuentes para ser ignorados. Dos semanas atrás me llamaron de la revista La Mano, querían que escribiese un texto para incorporar a un número que preparaban sobre Charly García. Acordamos que escribiese sobre Yendo de la cama al living, el disco solista que García editó en 1982, poco después del fin de la Guerra de Malvinas. Postergué el compromiso para último momento, como cuadra a todo buen profesional. Cuando me senté a escuchar el disco por primera vez en años me reencontré con Inconsciente colectivo, la canción que lo cierra: Ayer soñé con los hambrientos, los locos / Los que se fueron, los que están en prisión. / Hoy desperté cantando esta canción / Que ya fue escrita hace tiempo atrás / Y es necesario cantar de nuevo, una vez más. En la Argentina que busca desesperadamente a Jorge Julio López, el viejo albañil que desapareció hace más de diez días después de testificar contra un genocida, la canción se volvía inescapable: si en algún momento estuvo claro que había que volver a cantar esa canción, ese momento era ahora.
Los recuerdos me llevaron además a la presentación en vivo del disco, que ocurrió en diciembre del 82 en el estadio de Ferro. Esa fue la primera vez que escuché Los dinosaurios, una canción que García incluiría en su disco siguiente pero que ya probaba en escena, con consciencia de su oportunidad. Los amigos del barrio pueden desaparecer. / Los cantores de radio pueden desaparecer. / Los que están en los diarios pueden desaparecer. / La persona que amas puede desaparecer, cantaba García, subrayando la vulnerabilidad que sentíamos todavía entonces, en los estertores de la dictadura.
Ayer por la tarde la gente marchó desde el Congreso hasta Plaza de Mayo para pedir por la aparición con vida de este desaparecido por segunda vez. Yo vi marchar a estudiantes que todavía no habían nacido en los 70 y a viejitas en sillas de ruedas. Vi a sindicalistas y a gente que acababa de fichar la salida en sus oficinas. Vi a niños de la mano de sus padres y a padres que perdieron a sus hijos. Vi a gente que había preparado pancartas y carteles y otra con aspecto de no haber participado antes en marcha alguna. Vi gente sola y familias enteras, hasta tres generaciones.Vi gente que coreaba consignas políticas y otra que sólo estaba allí en defensa de la vida. Durante un instante imaginé que si tuviese que expresar lo que la llevaba a la Plaza en unas pocas palabras, la gente habría cantado Los dinosaurios. Eso es lo que convierte a ciertos artistas en necesarios: su habilidad para transformar nuestros sentimientos en un himno, que de tan esencial se vuelve imperecedero. Porque más allá de la angustia que hubo detrás de esa marcha y del temor por el destino del pobre López, lo que hubiese unido todas esas gargantas en una sola canción habría sido la expresión del deseo: si algo quisimos demostrar ayer fue que apostamos nuestras vidas a que los dinosaurios de los que Charly habla, esto es los represores, los “pesados”, van a desaparecer –tarde o temprano, y no por violencia sino por justicia, van a desaparecer.