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La vigencia de un clásico

Por 1 de junio de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Quizás sea la película de culto más cara de la historia, porque nació con vocación de blockbuster y fue un fracaso comercial. Pero desde su estreno, hace ya casi 25 años, convirtió a la mayoría de sus pocos espectadores en acólitos –entre los que por cierto me cuento. Blade Runner no ha dejado nunca de ser una de mis películas favoritas.

En aquel entonces atribuí mi fascinación a la mezcla entre la ciencia ficción y el film noir, dos de mis géneros favoritos: Rick Deckard (Harrison Ford) era Philip Marlowe en el siglo XXI. (Ya no estamos tan lejos del futuro descripto en la película: ¡faltan tan sólo trece años para el 2019!) Me gustaba además la descripción de ese mañana, que los films en que Hollywood juega al futurismo suelen pintar sintético y de colores brillantes y que Ridley Scott representaba oscuro, sucio y maloliente. Con el tiempo se hizo posible apreciar hasta qué punto Scott se había anticipado al presente: en su Babel cultural, en la inmigración masiva de los países periféricos hacia los centrales, en su manipulación de lo genético, en su descripción de las grandes empresas corporativas ocupando el sitial de las naciones, en la polarización de las clases sociales. Creo, incluso, que en Blade Runner oí por primera vez la palabra sushi. En el relato en off, que tanto resuena a film noir y que Ridley Scott dice detestar, Deckard aclara que sushi es el sobrenombre con que su ex esposa lo llama: “Pescado frío”.

Hoy estoy convencido de que, más allá de las satisfacciones superficiales que la película concede (en su dirección de arte, por ejemplo, que Scott explota al máximo como elemento narrativo: es posible verla más de veinte veces sin terminar de registrar la cantidad de elementos que el director incluyó en cada encuadre; ¡cada uno de ellos cuenta algo!), la fascinación que Blade Runner sigue ejerciendo sobre mí tiene que ver con su corazón. Blade Runner es una película sobre el más humano de los temas: la conciencia de la mortalidad. Al utilizar como villanos a unos androides que en esencia son una versión destilada de lo humano –más inteligentes, más bellos, más fuertes, pero con una “fecha de expiración” prefijada-, lo que Scott y los guionistas David Webb Peoples y Hampton Fancher hicieron fue poner en negro sobre blanco nuestro dilema cotidiano: ¿cómo vivir, sabiendo que más temprano que tarde habremos de morir?

Creo que he visto pocas escenas más conmovedoras que la de la muerte del androide Roy Batty (inolvidable Rutger Hauer), cuando cuenta las cosas que ha visto durante su corta existencia –y las emociones experimentadas en consecuencia- que ahora, al dejar de existir, se perderán para siempre. Y estoy seguro de que somos miles los que conservamos en la memoria sus palabras finales bajo el aguacero, ante la mirada azorada (¡conmovida!) de Rick Deckard: “All this things will be lost, like tears in the rain”. Todas estas cosas se perderán, como lágrimas en la lluvia.

Amo a Blade Runner porque es de esas películas que consigue explotar al máximo las potencialidades del cine. Es entretenida y provoca el pensamiento. Es imaginativa y a la vez piadosa. Es grave y ligera al mismo tiempo. Es una delicia para el ojo y también para el oído. (Ah, esa banda sonora de Vangelis…) Pone la cabeza en movimiento y también el corazón. En suma, es la clase de película que ilustra maravillosamente mi grito de ayer en contra del realismo: habla de cosas que nos son esenciales a todos pero lo hace de manera creativa, activando la imaginación.

La tengo en video, la tengo en laser y seré de los primeros en comprarme la versión multidisco en DVD que saldrá en el 2007, cuando se cumplan los 25 años de su estreno. Blade Runner es una de las películas que me llevaría a mi isla desierta.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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