Marcelo Figueras
¿Por qué será que hay tantos que confunden el realismo con la realidad, o peor aún: con la verdad?
Conversando ayer con el cineasta Marcelo Piñeyro, la charla derivó a sus años en la Escuela de Cine, cuando discutía a diario con la mayoría de sus compañeros, que sostenían que una cámara sólo sirve para reflejar la realidad, e iba a ver Tiburón con el rostro envuelto en una bufanda para que no lo reconociesen. Piñeyro estudió cine en la Argentina politizada de los 70, aquella Argentina que murió como tal con el golpe militar de 1976. También militaba en política, como casi todos los de su generación, pero esa militancia no le impedía disfrutar del cine grande, del cine que escapa de los dogmas ideológicos que desearían confinarlo a los suburbios del documentalismo.
Mientras lo escuchaba, se me ocurrió que la cosa no era hoy tan diferente. Si bien no existe ya la consciencia política de los años 70, en las escuelas de cine se privilegia un estilo despojado (despojado de todo: de historia, de edición, de actuación) que muchos confunden con la verdad. Todo pasa por juntar cuatro adolescentes y seguirlos con la cámara al hombro mientras no hacen nada, o a lo sumo desgranan comentarios que están muy lejos de la prosa de Esperando a Godot. La excusa suele ser que estas películas reflejan una cierta verdad, algo real que ocurriría delante de la cámara, un momento auténtico; la idea es que la ausencia total de acción y de motivación dice algo sobre el estado del alma de los jóvenes de hoy. En todo caso deberían aclarar que se trata del estado del alma de tan sólo algunos, entre aquellos cuyos padres están en condiciones de pagar la matrícula de una escuela de cine. El resto sigue allá afuera, en el mundo verdaderamente real, presentando a diario batallas por la supervivencia cuya violencia no tiene nada que envidiar a las campañas napoleónicas.
¿Realismo? Esta gente pretende que el realismo es esa cosa chata y monocorde, cuando en todo caso la vida es acción pura y constante: nacimientos y muertes, florecimiento y putrefacción, terremotos y supernovas, sexo, pasión, violencia, ternura; esas cosas que ocurren todo el tiempo, todas a la vez.
Habría que decir que el realismo es tan sólo otra forma de contar, cuya relación con la verdad no es más íntima que la del surrealismo, o la de los géneros: se trata de un estilo más, la elección de una cierta mirada, de un punto de vista narrativo. No deja de ser llamativo que en un país cuya producción literaria más excelsa abunda en elementos fantásticos (Borges, Bioy, Cortázar, Horacio Quiroga), produzca un cine tan apegado al deber ser del realismo, más allá de excepciones históricas como la de Leonardo Favio y las de algunas películas de Eliseo Subiela y Pino Solanas. ¿Será que todavía le tememos a las imágenes? ¿Será que es más cómodo pretender que la realidad nos aplasta y determina, cuando –por ejemplo- su transformación por la vía de lo narrativo fantástico sugeriría que podemos cambiarla –cosa que preferimos no hacer?
A mí me interesan las mismas cosas que a todos: las pasiones humanas, el mundo que nos tocó en suerte y el mundo que querríamos dejarle a nuestros hijos. A este respecto no me diferencio en nada de un realista. Sólo que me divierte más explorar esas verdades y hablar de esos temas mezclándolos con figuritas de colores: cohetes, explosiones, viajes en el tiempo y en el espacio, lobos que hablan, el fondo del mar y la estratosfera, el misterio de un crimen y el misterio de la vida, las posibilidades creativas del lenguaje… A veces creo que muchos artistas olvidan el valor de la imaginación. ¿Y para qué quiero la imaginación, sino para vivir todas aquellas vidas y todas aquellas experiencias que no podré vivir por medios naturales? ¿Y para qué quiero la imaginación, si no la uso para ponerme en la piel del otro, del que es distinto a mí? Ya sé que películas como El niño, de los hermanos Dardenne, hablan del mundo por el que estamos transitando. Pero yo soy de los que cree que Matrix también habla de nuestro mundo, ¡y de una forma más divertida e infinitamente más creativa!
A la basura con el realismo. Que es donde le gusta hurgar, dicho sea de paso.