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La vida también es una obra

Por 26 de abril de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Un comentario de MaryNewYork (presumo que existirán también una BettyNewYork y una Peggy y una Julie, inexorablemente rubias y gardelianas) recordaba el triste desempeño de Pablo Neruda como padre, a quien calificaba como “infame decepción” en la materia. A partir de mi texto de ayer sobre Tomás Eloy Martínez, Mary se preguntaba por qué tenemos que ligar al hombre con el escritor cuando en tantos casos –como el que ella menciona de Neruda, que yo por cierto desconocía- está probado que el talento y la bondad o la probidad suelen elegir vehículos humanos tan distintos entre sí. Me hizo recordar algo que leí recientemente sobre Eugene O’Neill, quien también parece haber sido un padre despreciable. Sabemos poco de Shakespeare, pero lo que sabemos nos basta para entender que no debe haber sido precisamente un marido ejemplar. Para no mencionar los conocidos casos de artistas que han colaborado con fascismos de toda índole, como Leni Riefenstahl, o manifestado desembozadamente su racismo (el Jevi-llano recordaba hace poco al D.W. Griffith de El nacimiento de una nación) o expresado su apoyo a regímenes indefendibles, como Borges con la dictadura de los 70. Y todo esto sin mencionar los infinitos casos de mezquindades, zancadillas y ninguneos que constituyen la forma más habitual de relación de los escritores entre sí.

Pero que esté comprobado que los escritores no somos santos ni mucho menos, no me impide buscar una correspondencia entre vida y obra. Llegado el caso puedo hacer abstracción y valorar el texto a secas. Me ocurre con T.S. Eliot cuando olvido su antisemitismo y sus juicios críticos; como dice Harold Bloom, “no lo amo, pero su genio trasciende mis afectos literarios”. Valoro demasiado la buena literatura, a la que sin duda asocio a lo mejor del espíritu humano, como para aceptar sin patalear que el precio de un buen libro sea la existencia de un hombre egoísta, miserable y cruel. Por eso tolero que existan joyas de la literatura escritas por hombres olvidables, pero me resisto a creer que todas ellas hayan sido obra de gente semejante. También existieron un Rodolfo Walsh, un Paco Urondo, un Haroldo Conti. (Me encantaría que viniese a la mente el ejemplo de algún escritor que ha sido un padre maravilloso, pero no se me ocurre ninguno. Tiene que haberlo, necesito que lo haya. ¡Por favor, ayúdenme!).

Cuando descubro que existen artistas que no borran con el codo lo que escribieron con la mano, me siento reconfortado. Entre otros motivos, porque me alivia entender que no necesito convertirme en un monstruo para escribir un libro inolvidable. Está claro que el imaginario del escritor romántico nos juega en contra, en el fondo todos creemos que aquel que arroja sus afectos por la borda persiguiendo la excelencia de una obra como Ahab a Moby Dick está de alguna manera justificado. Y no debería ser así. Con el debido respeto, creo que ninguna obra, por excelsa que sea, vale más que una vida humana. Sé que ningún libro o película que yo pueda hacer significará más para mí que el bienestar de mis hijas o el de mi amada. Imagino que se deberá a que carezco del talento febril de un Rimbaud, por poner un ejemplo. Sea por lo que sea, no estoy dispuesto a vender el alma al diablo por un libro, o por un éxito. Si el precio a pagar es no despegarme nunca del montón de artistas que batallan por el reconocimiento, que así sea. Y no es por altruismo. Simplemente moriría por segunda vez si alguien escribe sobre mí algo parecido a lo que MaryNewYork dijo de Neruda.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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