Marcelo Figueras
Acabo de enterarme de que existe una rama alternativa de la ciencia económica, llamada economía de la felicidad. Según la información, la economía de la felicidad se originó como estudio teórico en Europa a principios de esta década; se supone, incluso, que hoy es una corriente de moda en Inglaterra. La intención de sus estudiosos es determinar cómo influyen las variables económicas sobre el bienestar mental de las personas, para finalmente determinar políticas que aumenten la felicidad de las distintas poblaciones. Y como a los investigadores les consta que esto de la felicidad es un asunto esquivo, además de los estudios puramente económicos pretenden incluir variables neurobiológicas, como mapeos cerebrales (que serían más precisos que las encuestas a la hora de medir nuestra satisfacción, o bien la falta de ella) y hasta medición de indicadores de “felicidad auténtica” como ciertos tipos de sonrisas y rasgos faciales.
No puedo menos que celebrar la existencia de este tipo de estudios. Les parecerá de Perogrullo, pero yo creo que ya era hora que los estudiosos comprendiesen que la economía está relacionada con la felicidad. Hasta el surgimiento de esta disciplina, la mayoría de los economistas y de los que determinan las políticas del área operaban en la convicción de que la economía sólo tenía que ver con la obtención del máximo beneficio posible, a cualquier costo y caiga quien caiga. Parafraseando al viejo axioma: esta gente estaba convencida de que la economía era la continuación de la guerra por otros medios. Quizás la revelación de que el bienestar de los demás también depende de la economía les convenza de que la felicidad no debe ser tan sólo una búsqueda privada, sino social y política. Yo digo que les otorguemos el beneficio de la duda: es preferible que esta gente piense que se trata de una novedad, a que siga pensando lo de antes.
El otro gran beneficio de la economía de la felicidad sería, creo, el siguiente: ahora que los estudiosos y los funcionarios privados y públicos del área se convencen de que la economía y la felicidad están vinculadas, resultará más fácil explicarles que todos aquellos que no forman parte de la economía están, ¡por definición!, impedidos de ser felices. Así se volverá evidente la necesidad de diseñar políticas para que todos aquellos que viven al margen del sistema económico (centenares de millones en América Latina, en África) puedan integrarse a él de alguna forma, y así obtener su chance de ser alguna vez medidos en busca de indicadores de felicidad auténtica. Una vez que se conviertan en candidatos a un mapeo cerebral podrá verlos un médico de verdad, y hacerles por ejemplo una radiografía, y quién les dice, quizás hasta proveer a sus niños de las medicinas que necesitan para no morir antes de tiempo, y por qué no, ¡ya que estamos!, de los alimentos que garanticen que sus cerebros reciban los nutrientes que les permitan desarrollarse y no quedar atrofiados a medio camino.
Y después dicen que estudiar no sirve para nada.