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La responsabilidad moral de Caperucita Roja

Por 21 de junio de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Recuerden este nombre: Stephen Sondheim. Si ustedes piensan que el teatro musical es un género banal lleno de tipos que se enamoran bailando y compran el periódico cantando, busquen un espectáculo de Sondheim: el hombre que revolucionó el género.

Sondheim no tuvo una vida fácil. Creció en una familia judía no practicante del Upper West Side de Manhattan, donde vivió una infancia solitaria y aislada incluso de su comunidad de origen. A los 10 años, las cosas se agravaron para él, cuando su padre huyó de casa dejándolo con su narcisista, hipocondríaca y emocionalmente abusiva madre, Foxy.

Foxy Sondheim trató de sustituir la figura del esposo con la del hijo, y se volvió sexualmente posesiva con él: se bajaba la blusa y extendía las piernas enfrente suyo, le tomaba la mano y se lo quedaba mirando durante las funciones de teatro a las que asistían, le pedía que le preparase los cócteles, lo besaba en exceso, esas cosas.

Quizá ese episodio marcó la ambigüedad moral de los espectáculos de Sondheim, que por entonces escribió su primera historia y, con sólo 25 años, escribió las letras para el West Side Story compuesto por Leonard Bernstein.
 
A lo largo de cincuenta años de carrera, Sondheim ha escrito grandes clásicos como Gipsy, que ha sido interpretada por Bette Midler: la historia de una bailarina de strip tease acosada por su madre, que ha tratado de hacer de ella una estrella desde su más tierna infancia. O Sweeney Todd, el relato de un barbero asesino en serie que servía a sus víctimas en los pasteles de carne de su vecina y amante, la obsesiva Mrs. Lovett. Pero mi favorita, sin duda, es Into the woods.

Durante la primera parte, Into the woods no es más que un juego, un divertimento en que se mezclan diversos cuentos infantiles: Rapunzel, Caperucita Roja, el chico de Las Habas Mágicas y Cenicienta comparten escenario, con el eje de un campesino que debe reunir varios objetos para quitarse de encima un hechizo. El campesino relaciona las historias de los demás y las lleva de una a otra: le da las habas mágicas al chico, salva a Caperucita de la barriga del lobo, le roba su zapato a Cenicienta. En fin, que todas las historias llegan a sus finales felices con la intervención de los personajes ajenos. Simpático. Ingenioso.

Pero no decimos Colorín Colorado. En la segunda parte del musical, cada uno de estos personajes ya ha cumplido su sueño: casarse con el príncipe, llevarle la merienda a la abuela, hacerse rico con las habas… Pero ahora, todos se enfrentan a lo horrible que es su vida con sus deseos cumplidos.

Así, Caperucita Roja se aburre porque ahora echa de menos el placer de hacer las cosas por el camino oscuro y lleno de lobos. Cenicienta vive una existencia sin preocupaciones –ni emociones- en el palacio, y el príncipe la engaña. Como él dice, “me criaron para ser encantador, no sincero”. El chico de las habas ahora es rico, pero aún no tiene amigos y no ha dejado de ser tonto.

Y para colmo, un gigante viene a matarlos a todos.

Into the woods es una historia que, bajo su empaque infantil, pervierte el sentido de los cuentos para niños y les da una dimensión humana: si los cuentos están hechos para soñar, Sondheim dice aquí: “ten cuidado con tus sueños, que se pueden hacer realidad”. Lo que caracteriza a sus musicales es precisamente que se mueven en el tenue límite entre el cuento de hadas y el horror.

Pero hay un detalle más como marca de fábrica: la bruja del cuento, una mujer repugnante obsesionada con retener a su hija Rapunzel en la torre, capaz de arrancarte los ojos y entregarte al gigante con tal de que no te la lleves. Una madre sobreprotectora –como la de Gipsy, como Mrs. Lovett- , que transfigura en esta ficción lo que Sondheim conoció en su infancia real. Quizá sea ese precisamente el detalle que hace interesantes los musicales de Sondheim entre tanto bodrio. Sondheim camino al filo del abismo que separa el espectáculo con brillos y lentejuelas de la descarnada miseria moral que caracteriza a la realidad.

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