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Intolerancia

Por 24 de abril de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

¿Existe uno solo de nosotros que no esté infectado por la intolerancia? No hablo de las circunstancias en que somos víctimas de esa actitud, sino por el contrario, de aquellas en las que somos los victimarios. Yo reconozco a diario este impulso en mi propia persona. Conduciendo mi auto, por ejemplo, me convierto en un Führer ambulante. Taladro a bocinazos a aquellos que avanzan a paso de mula, con el argumento de que necesito mi tiempo para cosas más valiosas. Taladro a bocinazos a aquellos que van por el medio de los dos carriles, impidiéndome sobrepasarlos por uno u otro lado. Taladro a bocinazos a aquellos que parecen haberse dormido al volante y no reaccionan ante la luz verde del semáforo. Y nunca pierdo de vista que, al hacerlo, alimento la intolerancia de aquellos que son sensibles a los bocinazos.

Sé que el Figueras al volante constituye la peor expresión de mi persona. Y al mismo tiempo hay algo de juego en mi intolerancia, de mecanismo de descarga: en un momento estoy gritándole al del auto vecino –que no me escucha, por supuesto- y al otro segundo he retomado la canción que venía cantando; el tránsito entre uno y otro estado anímico es tan veloz como natural.

Por supuesto, nunca olvido mi intolerancia en el interior del auto: es mi compañera, un Colt metafórico cuya culata siempre está al alcance de mis dedos. Soy intolerante con los escritores que considero mediocres. (Ayer, sin ir más lejos, el elogio que alguien destinó en el dominical de El País a la espantosa novela de una argentina me puso de mal humor.) Soy intolerante con determinadas músicas, sus cultores y sus fans: la cumbia en versión argentina contemporánea, por ejemplo, a la que considero la única música popular latinoamericana que carece por completo de swing. Soy intolerante con la televisión de aire. (Dios sea loado por la invención del cable.) Soy intolerante con Bush y con todos los que representan sus políticas. (Con especial predilección por Condoleeza Rice: pienso en toda la gente que luchó para que las mujeres accedan a una posición de poder, y en toda la que también luchó para que alguien de raza negra llegue a esas alturas políticas, ¿y todo para abrirle camino a este personaje?) Berlusconi, por ejemplo, me pone frenético. También soy intolerante con los hombres que hablan todo el tiempo de fútbol y con las mujeres que hablan todo el tiempo de asuntos domésticos. Y detesto esperar en los restaurantes, así como detesto todo tipo de trámites y de filas ad hoc.

Podría seguir así el día entero. En materia de intolerancias, me considero un hombre muy generoso. Si no lo fuese seguramente me sentiría perdido en un país tan rico en intolerantes. Yo vivo en una ciudad que sufre de intolerancia a los piqueteros. Husmeo con regularidad las páginas virtuales de diarios que son intolerantes con un presidente al que acusan de intolerancia. No satisfechos con los entrerrianos que expresan su intolerancia ante la instalación de las papeleras, ahora tenemos a otros entrerrianos que se manifiestan intolerantes con los intolerantes, quebrando su corte de rutas por medios violentos. ¡Dentro de poco, cuando comience el Mundial de Fútbol, nuestra intolerancia hacia el resto del orbe llegará a cotas insospechadas!

Y al mismo tiempo sé que es nuestra historia reciente la que me previene contra toda forma de intolerancia y su corolario de violencia y discriminación. La lección que impartieron con su conducta las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo (y detrás de ellas, todos los parientes y amigos de los desaparecidos) es una que jamás me perdonaría desoír. Cualquiera de ellos que hubiese hecho justicia por mano propia habría contado con mi comprensión; y sin embargo persistieron en el reclamo cívico hasta el día de hoy, convencidos de que un sólo un gesto de intolerancia dirigido a los intolerantes los convertiría precisamente en aquello de lo que siempre quisieron diferenciarse.
Por eso, aun cuando reconozco mi propia intolerancia y lidio con ella a diario en la certeza de que jamás lograré borrarla del todo, conservo un sensor escrupuloso que me impide pasar a mayores. Vivimos en un mundo que se ha puesto difícil, y que parece estar en manos de gente que ganó un concurso televisivo en busca del intolerante mayor. (American Idolizer?) Consecuentemente, la esperanza que deposito en la perdurabilidad de la especie no puede sino estar basada en la paciencia de los mansos y en su capacidad de buscar la concordia. (Dije mansos, lo cual no es igual a decir idiotas ni sumisos.)

Sería deshonesto si no aclarase que lo que me puso a pensar en la cuestión de la intolerancia fueron ciertos intercambios de mensajes que encontré en el blog. No me asustan, soy de los que ama discutir a los gritos y se enfervoriza en las polémicas. Pero no pasa un día en que no piense cuánto me gustaría encontrar la forma de ser igualmente apasionado en la búsqueda del entendimiento y de la concordia. ¿Por qué será que hacer algo malo es tan fácil y tan instantáneo, mientras que hacer algo bueno es lento y trabajoso?

Y sí, Olga Trevijano, leo todos los mensajes. Tal como imaginas, lo hago con una sonrisa en los labios. Pocas armas son más eficaces en contra de la intolerancia que el sentido del humor. Ante todo el humor que empleamos para reírnos de nosotros mismos.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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