Según una reciente encuesta, el 90% de los españoles considera que los musulmanes son autoritarios. El 79% los acusa de intolerantes. Y un 68% los llama violentos. Pero mientras atravesamos la cordillera marroquí del Alto Atlas, mi guía Abdul parece una persona de lo más moderada y amable.
-¿Cuántas veces al día rezas? –le pregunto.
-Debo rezar cinco veces, pero puedo diferir algunas oraciones si estoy trabajando. Alá comprende.
-¿Y qué pasa si no lo haces? ¿Ustedes creen en el Diablo, como los católicos?
-No. Alá no necesita asistentes. Él decide todo, él juzga quién merece un premio después de la muerte y quién no.
La religión está más presente en la vida de Abdul que en la de cualquier católico que yo haya conocido. De hecho, lo está en la de todos aquí. Hay una mezquita en cada pueblo que atravesamos. Hay incluso más mezquitas que pueblos. Están pintadas de blanco para que destaquen entre las construcciones de un monótono color tierra. Y sus torres son siempre los edificios más altos, incluso de las ciudades como Marrakesh. Cinco veces al día –una de ellas a las tres de la mañana- los altavoces de esas torres llaman a rezar con voces que a mis oídos suenan como de ultratumba. Si no encuentras la mezquita, es que estás muerto.
Por supuesto, la importancia de esas mezquitas para sus fieles es mucho mayor que la de las iglesias para un cristiano. En cada pueblo, el imán es prácticamente el alcalde. Recibe un sueldo del estado y asiste a una escuela durante unos cinco o seis años, donde entre otras cosas, se aprende de memoria el Corán. Una vez graduado y destinado a un pueblo, sus funciones incluyen la integración de los nómades que lleguen de las montañas: los alfabetizan, los adoctrinan y les buscan algún trabajo en el pueblo, para evitar la aparición de marginales.
-Marruecos parece un lugar muy seguro. ¿No roban?
-La religión lo prohíbe.
-¿La religión? Dirás la ley.
-Es lo mismo.
En efecto, el jefe del Islam en el país es el rey. El estado y la religión se conciben como una sola institución que cuida de la salud espiritual y el tejido social de la comunidad. El mundo musulmán tiene un sentido comunitario de todo, incluso de la propiedad. Abdul, por ejemplo, parece un millonario: usa dos casas, una de ellas de cuatro pisos y con vista al valle del Draa. Pero ninguna es suya.
-Los propietarios son mi padre, dos hermanos de mi madre, una tía, su cuñado y dos de mis hermanos.
-¿Y tú por qué no eres propietario?
-Porque no me he casado. Cuando tenga hijos, parte de la casa será mía.
La familia es el encaje social de las personas. Tener hijos es la mejor inversión, porque ellos también tendrán hijos y entre todos podrán compartir sus posesiones. Abdul tiene seis hermanos. Cuando vamos a su casa, tomamos el té con la abuela, el abuelo, tres señoras que no son pareja de los otros tres señores, tres niñas y dos pequeños. Pregunto varias veces cuánta gente vive en esa casa, pero nadie me lo sabe decir con exactitud. Eso sí, no hay fotos de ellos en las paredes ni sobre las mesas. En vez de eso, hay versículos del Corán enmarcados. La única figura humana que decora la casa es un gigantesco retrato del rey Mohamed VI, que Abdul observa con genuino afecto.
-Es un buen rey. No le gustan los ricos. Es un hombre sencillo que quiere a los pobres.
-¿Pero no me dijiste que tenía un campo de golf privado y ha construido un palacio especial para que su hijo vaya a tomar el aire del campo?
-Sí, pero es muy sencillo. El día en que se casó, invitó a todos los pobres a celebrarlo con él.
-¿En su palacio?
-No, por las calles.
En una sociedad tan protectora de la familia, el matrimonio es, por supuesto, la institución fundamental. Si tienes dinero, la boda puede durar hasta nueve días. En Ouarzazate, nos cruzamos con alguna caravana que festejaba en la calle, bloqueando el tránsito, para que todo el mundo pudiese ver que se casaba alguien de la familia. Proporcionalmente, lo peor que le puede ocurrir a tu familia es que no te cases. De ahí el tabú de la homosexualidad.
-Los gays son ilegales, y sólo traen problemas. Mi hermano administra un hotel. Cuando llega un par de varones europeos y pide un cuarto con una sola cama, les pide sus documentos para ver si son hermanos. Si no lo son, les niega el cuarto. Que hagan lo que quieran, pero con dos camas. Así, si llega la policía, mi hermano no es cómplice.
-En España, los gays se pueden casar. Es legal.
-En eso vamos a terminar aquí también. Ya han empezado con leyes de igualdad de la mujer y esas cosas.
-¿No estás de acuerdo con la igualdad de la mujer?
-Es discriminatoria.
-¿Qué?
-Claro, porque las leyes benefician sólo a las mujeres de la ciudad, que tienen educación y pueden conseguir trabajos. En cambio, las mujeres del campo lo tienen más difícil. El 80% son analfabetas. ¿Quién se va a casar con ellas? Ahora todos los hombres quieren mujeres de la ciudad, porque ellas tienen dinero.
-Bueno, pero las de la ciudad también son más propensas a divorciarse.
-Da igual. Con la nueva ley, tras el divorcio, los bienes se reparten en partes iguales, sin importar que la mujer trabaje o no. Una razón más para que los hombres sólo quieran casarse con las mujeres de la ciudad. Esas leyes quizá sirvan dentro de varios años, pero la sociedad marroquí no está preparada para ellas.
Por momentos, recuerdo la manifestación contra el matrimonio gay que la Iglesia convocó el año pasado en Madrid. Pienso en los sacerdotes argumentando que el matrimonio gay acabaría con la familia. Rememoro a las madres manifestándose con los cochecitos de sus bebés. El 79% de los españoles piensa que los musulmanes son intolerantes, pero quizá, después de todo, no seamos tan distintos.