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El veneno y la medicina más poderosos

Por 20 de abril de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Nadie puede tomarse en serio eso de que los hombres somos de Marte y las mujeres de Venus. Pero es verdad que los hombres construimos el relato de nuestras vidas en torno a batallas y conquistas, en la ilusión de obtener gloria (o en su defecto, poder; y en el peor de los casos, oro), mientras que las mujeres son ciegas a semejantes espejismos; sus miradas, y por ende sus vidas, cortan siempre más cerca del hueso.

Durante mi viaje a Puerto Rico me compré el CD de un disco que todavía conservo en vinilo, y por lo tanto no oía desde hace mucho: Hejira, de Joni Mitchell. Por Dios, esa mujer. Víctima inescapable de mi género, siempre admiré a los artistas que se relacionan naturalmente con sus sentimientos, exponiéndose sin miedos al perfume elusivo del amor; debe ser por eso que la mayor parte de mis cantautores favoritos son mujeres, con Joni como suma sacerdotisa.

“Sólo somos partículas de cambio, lo sé, lo sé / Orbitando alrededor del sol. / ¿Pero cómo puedo conservar ese punto de vista / Cuando estoy siempre atada a alguien?,” dice en el tema que da título al disco. Joni no necesita más que un par de versos para enfrentarnos a la contradicción entre nuestra condición vital y las realidades a que nos somete un romance. Las experiencias dolorosas en la materia nos llevan a convertirnos en “un desertor de las guerras domésticas”, descreídos del valor de una relación estable, pero Joni sabe que tan sólo se puede desertar “hasta que el amor vuelva a chuparme y me regrese a su camino”. “Sabés que estoy contenta de estar sola / Y aun así, el más ligero roce de un extraño / Puede hacer que mis huesos tiemblen. / Ya lo sé, nadie va a enseñarme nada / Todos venimos y nos vamos como desconocidos / Cada uno tan profundo y tan superficial / Entre el fórceps y la lápida”.

En Hejira, Mitchell escribe y canta con el abandono de quien ya no teme sufrir por amor, porque lo ha asumido como inevitable. La metáfora del camino (el disco podría llamarse Joni On The Road, con consciencia del guiño a Kerouac) se resignifica al escapar de la metáfora convencional de la búsqueda del conocimiento, o del logro humano mensurable –otro espejismo masculino-, para abrazar la imposibilidad de la satisfacción emocional. En el camino nunca se llega a ninguna parte, tan sólo se pierde y se gana a diario, y de manera constante –como en el amor.

En un mundo que huye del dolor como de la peste, Mitchell lo abraza como un componente indisoluble de todo aquello que vale la pena de verdad. No busca el dolor, por cierto, pero sabe que vendrá y que una vez que venga lo trascenderá, incluso con una pizca de placer, como el que sentimos al contemplar nuestras cicatrices o cuando rascamos la costra de las heridas obtenidas a consecuencia de nuestra torpeza. Es necesario abrirse por completo al amor, estar tan disponible como aquel que camina por la ruta esperando aventón, y al mismo tiempo saber que más temprano que tarde volverá a dejarnos al borde de la autopista, preguntándonos si en verdad hemos avanzado algo. Esa disponibilidad es la que permite a Mitchell entregarse a un amor fugaz con alguien completamente opuesto, como el protagonista de Coyote, y a la vez conservar el humor al verlo “oler mi perfume en sus dedos / Mientras mira las piernas de las camareras”.

El amor es “un peligro repetitivo”; o bien “el veneno y la medicina más poderosos de todos”, un sentimiento que “va y viene / Como la atracción que la luna ejerce sobre las mareas”; en suma, una fuerza cósmica contra la que es inútil combatir, a la que más bien nos conviene adaptarnos para entender cuándo podemos ahogarnos y cuando conviene nadar. Egresado de una educación sentimental a la vez superficial (porque habilita el lazo sin obligarnos a la entrega verdadera) y represiva (porque concibe el compromiso como una condena), daría cualquier cosa por llegar a esa disponibilidad emocional que Mitchell siempre tiene, y nunca más que en Hejira. Ignoro si eso me convertiría en mejor artista, pero sin dudas haría de mí una persona mejor.

Pocos días atrás recordé una escena con mi madre, a quien en 1976 le mostré la tapa de Hejira, preguntándole si no le parecía hermosa. Ella creyó que yo le preguntaba si Joni era bella y me obligó a aclararle que no, que yo le estaba mostrando el arte de tapa, esa imagen de la Mitchell con boina negra y cigarrillo en la mano, atravesada por un camino interminable. Hoy ya no puedo decírselo a mi madre cara a cara; pero si pudiese, le diría que como en tantas otras cosas, la que tenía razón era ella y no yo.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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