Marcelo Figueras
La abundancia de idiotas es una prerrogativa del género humano. Existen idiotas en otras especies, pero la selección natural se encarga de matarlos, privilegiando la supervivencia de los más aptos. En cambio en el género humano los idiotas no solo sobreviven a menudo, sino que terminan determinando la muerte de otros, en cifras que a menudo orillan las cotas del genocidio. Por supuesto que existen idiotas bienintencionados y generosos, que inspiran refranes populares como aquel que dice que el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones. Pero los idiotas verdaderamente peligrosos son los que están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de figurar, consagrarse o salvar el pellejo. Digamos, a modo de ejemplo, que un idiota peligroso es aquel que llega a la presidencia de un país y lanza una guerra contra otro para revertir su descrédito y convertirse en un presidente popular. (Popularidad que dura, por supuesto, tan solo hasta que los votantes advierten que han sido engañados.) O, en un tono menor, es un idiota peligroso aquel que entiende que su vida privada genera rating televisivo y la expone sin preocuparse de las consecuencias que esa disección genera entre los suyos: hijos, padres, amigos. (Este pertenecería a la categoría soy-idiota-pero-no-me-importa-porque-me-conocen-por-la calle.)
Yo no conozco a los fiscales Alberto Nisman y Marcelo Martínez Burgos, así que mal puedo saber qué clase de gente son. Lo único que sé es lo que sigue: que el miércoles solicitaron al juez Rodolfo Canicoba Corral que dicte órdenes de captura contra ocho ciudadanos iraníes, entre los cuales figura un ex presidente y algunos de sus ministros, responsabilizándolos por el atentado contra la mutual judía AMIA que ocurrió en Buenos Aires en 1994. Que los fiscales formularon esta acusación poco después de que el juez Juan José Galeano, designado responsable de la causa por el gobierno presuntamente corrupto de Carlos Saúl Menem, fue destituido bajo acusación de presunta corrupción. Que los argumentos que los fiscales esgrimieron en su dictamen de 800 páginas son los mismos que ya había esgrimido el presuntamente corrupto Galeano, con el agravante de que aquel había sugerido que los responsables eran iraníes radicalizados, o sea elementos marginales, y este dictamen atribuye el atentado al gobierno de Irán en pleno. Y que las pruebas que supuestamente incluyen provienen en su mayoría de informes de inteligencia de las embajadas de USA e Israel, particularmente interesadas en justificar una invasión a Irán con cualquier pretexto.
El periodista Raúl Kollman, de Página 12, dice que el dictamen “evidencia que los fiscales se basan continuamente en informes de inteligencia, algo muy discutido a nivel internacional por cuanto resultan muy relativos como prueba judicial”. Laura Ginsberg, una de las dirigentes argentino-judías de criterio más independiente, declaró al mismo diario que “la fiscalía responde a las presiones de los gobiernos de USA e Israel para cerrar la causa y entregarla a la lucha contra el terrorismo internacional. Es una declaración efectista para generar una situación favorable hacia la guerra”. Por supuesto que la pelota está ahora en campo del juez Canicoba Corral, sobre el que deben pesar presiones inimaginables para que avale el curso sugerido por el gobierno de USA. Pero lo cierto es que la pelota llegó allí por pase de los fiscales. Yo imagino que si tuviese prueba fehaciente del asunto firmaría ese dictamen, sin hacerme cargo de sus posibles consecuencias: yo sigo creyendo, como cuando era un crío, que la verdad es un valor en sí mismo. Pero si no tuviese prueba fehaciente me cuestionaría la utilidad de mi dictamen. Me preguntaría qué ocurriría si algún iraní, ofuscado por la acusación, nos convirtiese en blanco de un atentado. Me preguntaría cómo me sentiría si un gobierno extranjero utilizase mi dictamen para justificar una invasión que produciría miles de víctimas, entre las que no pueden faltar niños, mujeres y ancianos –como los que ya han muerto y mueren a diario en Irak. Yo no querría todas esas muertes sobre mi conciencia aun cuando el dictamen fuese beneficioso para mi carrera, pero en fin, yo soy yo. Alguien que se esfuerza por seguir siendo un simple idiota, en vez de pasarse a las filas de los idiotas útiles.