Marcelo Figueras
A veces la dependencia de los nuevos medios de contacto electrónicos me desquicia. Y eso que todavía no me he enviciado con los chats, o con la participación en blogs ajenos. El día que me meta en uno y no encuentre a nadie que me responda de inmediato, voy a quedar al borde de un ataque de nervios.
Empecé a pensar en el asunto a causa de mi hija Agustina, que en su remoto destino sureño está alejada de teléfonos móviles, MSN y demás mecanismos de contacto virtual pero instantáneo a los que es por completo adicta. Me pregunté cuánto tardaría en desesperarse. Y al poco rato descubrí que había empezado a compadecerme de mí mismo, desahuciado por una serie de mails que había enviado sin obtener inmediata respuesta. Por lo menos en épocas del correo convencional uno contaba con un lapso prudencial antes de empezar a desesperar. Ahora la tecnología me da la posibilidad de suscitar un eco inmediato. Y si no lo consigo, la culpa será mía y sólo mía.
He ahí la ironía de los sistemas como el e-mail y el chat. Uno puede estar rodeado de gente de carne y hueso, amores, amigos, parientes e hijos, y aun así, si la pantalla dice messages: 0, sentirse el tipo más solo del planeta.
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Para peor, ahora me he hecho adicto a este blog. El blog tiene la ventaja de que lo ayuda a uno a ponerse en contacto con maravillosa gente desconocida, y la desventaja de que, de no obtener respuesta, uno no puede cabrearse con nadie concreto.
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Disculpen que hoy la haga corta, pero necesito revisar mi casilla de mensajes.