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Bajofondo

Por 12 de diciembre de 2005 Sin comentarios

Marcelo Figueras

¿Qué es lo que determina que un sonido se vuelva tan característico de un lugar como el caracol de la huella de los dedos respecto de una persona? No tengo forma de saberlo, pero sí sé que ocurra donde ocurra, el tango sigue sonando a Buenos Aires. Esto era indiscutible hace casi un siglo, en el tiempo en que su métrica quebrada animaba las veladas en los prostíbulos, pero también lo es hoy, cuando arrastrándose sobre un loop pregrabado es capaz de hacer bailar a chicos y a viejos por igual en una improvisada disco al aire libre. Yo fui parte del fenómeno anoche, bajo una luna que estaba casi llena a excepción de una franja que parecía haber sido tajeada y perdida en pelea callejera; uno más entre los miles de personas que acudieron a la convocatoria de Bajofondo Tango Club, un experimento musical liderado por el inquieto Gustavo Santaolalla.
En los últimos tiempos, esta música propia del Río de la Plata ha protagonizado una resurrección anunciada. Existen al menos un centenar de clubes y academias donde jóvenes aprenden hoy a bailar las intrincadas coreografías del tango y de la milonga, aceptando el consejo de decanos en el arte del corte y la quebrada. El espectáculo de las chicas tatuadas trenzadas en abrazo con señores de zapatos charolados es uno recurrente en las noches de Buenos Aires. En el terreno de lo puramente musical el fenómeno fue impulsado por el éxito de Bajofondo, una iniciativa de Juan Campodónico y Gustavo Santaolalla (músico talentosísimo y sagaz productor, ganador del Grammy y responsable de éxitos de Café Tacuba y Juanes, entre tantos otros), que se animaron a cruzar los sonidos clásicos con bases rítmicas bailables y pulsos electrónicos.
Bajofondo Tango Club suena hoy en los títulos de los noticiarios y en las películas de Hollywood. Su triunfo hizo posible que un público masivo prestase atención a la nueva movida del tango, donde se destacan tanto artistas como La Chilinga y Cristóbal Repetto, que apuestan a apropiarse de las viejas sonoridades, como aquellos que no temen releerlas desde el hip hop y la electrónica; el caso de Gotan Project, por ejemplo.
Ayer fue el Día del Tango y Bajofondo lo cerró con una velada memorable. A pocos metros del Río de la Plata, en el Anfiteatro Puerto Madero, Santaolalla y su troupe
demostraron que el tango goza de buena salud porque sigue teniendo lo que hay que tener: lirismo, energía y una capacidad intocada para expresar nuestra circunstancia.
Esto que era cierto hace tanto, en la época de las primeras formaciones y de los primeros cantores, todavía lo es hoy. Hubo algo de presciente en el tango: porque contó su tiempo cada vez que le dieron pista, desde Gardel hasta Piazzolla, y le sobró resto para contar el presente. No encuentro música que resuma mejor los últimos treinta años. Muchas de las piezas de Bajofondo me describen en tres minutos la intensidad de lo vivido de los 70 hasta el 2000: la lucha sangrienta, las enormes derrotas y las victorias pírricas que animan a seguir andando. Por ejemplo Mi corazón, en que Campodónico se apropia de la voz de Roberto Goyeneche para hacerle repetir versos de La última curda: “Mi corazón te lleva hasta el hondo bajofondo”. La frase describe el credo del tango entero, pero Capodónico se atreve a despojarla aun más para quedarse tan sólo con Goyeneche diciendo mi corazón, mi corazón, mi corazón, un poema tan conciso pero expresivo como aquel yo, nosotros que Mohammad Alí se animó a recitar en presencia de un público universitario. Mi corazón, pronunciado por la vieja voz aguardentosa del Polaco, dice todo lo que hay que decir.
Tanta vida, tanta pasión, carajo. Tanta sangre. Tanta muerte.

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Siempre supuse que la sonoridad del bandoneón, un instrumento originario de Europa Central, tenía mucho que ver con la tristeza esencial al tango. Hay algo en sus acordes asmáticos que expresa distancia, el desgarramiento de una separación que es física antes de ser amorosa. Expresa lo que sentían los inmigrantes que habían arrastrado consigo aquellos instrumentos durante su travesía atlántica: la tristeza insondable de quien ha perdido el barco de regreso. Una pena compacta y rotunda pero a la vez capaz de estirarse, interminable como el fuelle, hasta donde los brazos den, hasta donde resista el alma.
Qué instrumento más entrañable. El bandoneón es un órgano portátil, poco más que un instrumento de bolsillo. (Aquel que bautizó órgano al instrumento lo hizo a sabiendas de que su sonido le resultaba imprescindible, y por eso le puso un nombre que lo definía vital.) Pero tiene la sabiduría de imponerle a su intérprete el precio de su magia: sólo suena cuando uno se lo carga encima.

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Bajofondo se hace fuerte en otra de las características del tango: el ritmo. Le debo aunque más no sea la alegría de transformarme momentáneamente en un bailarín de tango, a mí, que soy incapaz de danzar la danza más simple. Por supuesto, no soy el único agradecido: existe una generación entera que ahora entiende de qué le habla el tango por el sencillo hecho de que puede registrarlo con el cuerpo y bailarlo en una disco.
Alguien dijo alguna vez que el tango era un sentimiento que se baila. Me permito afinar la definición para decir que en todo caso es una tristeza que se baila, una música que permite asumir el dolor y lo transforma en su perfecto opuesto, en la alegría y la energía y la pasión y la sensualidad del baile. En este sentido, el tango es una perfecta síntesis de la experiencia vital. Una canción exquisita que sólo puede ser cantada con los labios partidos.

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Mi corazón. Mi corazón. Mi corazón.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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