Jean-François Fogel
Una edición del “Quijote” de Montanes y Simón, publicada en 1883, se cotiza en Caracas cinco millones de bolívares (2.380 $ al precio del mercado oficial de cambio; 1.850 $ en el animado mercado negro). Lo escribía el jueves “Tal Cual”, el diario vespertino de Teodoro Petkoff, el mayor opositor a Hugo Chávez, en un articulo dedicado a ”El buscón”, la librería que vende tanto libros usados como nuevos en el “trasnocho cultural”, extraño lugar que permite pasar directamente de un estacionamiento subterráneo a un centro cultural.
“El buscón” parece ser una librería que quiere encantar más que vender a sus clientes. Con una vieja máquina de escribir, maletas, libros agotados y un sillón chesterfield busca más atmósfera que eficiencia. O, mejor, busca eficiencia en el arte de la seducción. El jueves por la noche, el arte funcionó pues paseaba con la idea de “aquí tienen un viejo Quijote, quiero ver a qué se parece” y seguí encantado por el caos. Camus, Borges, Fuentes, Bradburry: el siglo veinte en sus clásicos. Pero también había libros de Jacques Maritain. ¿Quién lee todavía al historiador católico francés que tanta influencia tuvo en el mundo latino antes de la segunda guerra mundial? Como siempre resaltaba la abundancia de los libros de Washington Irving en el mundo hispanoamericano. ¿Basta dormir con limoneros y bandidos en la Alambra para mantenerse visible tanto tiempo?
Por fin hubo dos sorpresas. La primera: excelentes reediciones de los libros para niños que publicaba al final del siglo XIX en Madrid Ediciones Saturnino Callejas. Libritos como “El negrito y pastora” o “La reina de las hormigas”. Proponían una calidad irresistible en su subtítulo: “Con censura eclesiástica”.
La segunda sorpresa era un librito, una maravilla de objeto, un capricho: “Las flores de Cocuy”. Cocuy, entendí, es Carmen Heny, una jardinera y narradora venezolana que goza del afecto de sus amigos y vive en una vieja casa. Unas personas siguieron sus esfuerzos en producir flores y sobre todo la dibujante Tita Madriz. “El buscón” exponía sus dibujos/pinturas. Así fue: salí para un “Quijote” y me quedé mirando la textura fenomenal de obras sobre papel. Una web-revista venezolana puso unas muestras en línea http://www.analitica.com/va/arte/actualidad/8285099.asp. Vale más que un vistazo. Al ver estas flores, se piensa en la liebre de Dürer, en los pájaros de Audubon. En “El buscón” uno encuentra lo que no sabe que va buscando pero necesitaba de manera urgente: flores, libros y la idea de que, en un lugar de Venezuela, una Sackville-West latina cuida un jardín y escribe cuentos.