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Génesis

Por 9 de diciembre de 2005 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Me gustaría recordar cómo empezó todo. Debe haber existido un inicio: algo que ocurrió en una hora precisa de aquel día equis, el momento puntual en que la mente del niño que uno era por entonces relacionó los prolijos garabatos dispuestos sobre la página con la historia que su madre o su padre le estaban refiriendo en voz alta. Me gustaría, insisto, recordar el instante en que reconocimos la magia de las letras, el código en que estaban cifrados los cuentos que tanto nos gustaban. Debemos haber comprendido que quien dominase ese código dominaría las historias; y por eso nos abalanzamos sobre las letras, A, B, C, Ana ama, Beto barre, Cora come, y aprendimos a leer más rápido que el resto y –¡a diferencia de la mayor parte de nuestros amigos!- a disfrutar de los regalos que venían en paquetes con forma de libro.
El amor original fue el amor por las historias; al menos eso está claro. Nos contaron historias a todos y todos flipamos, no hay niño pequeño que se resista al ejercicio de la narración oral. Pero aunque todos crecimos adictos a las historias, somos pocos los que trasladamos la fascinación por lo oído y también por lo visto (al comienzo nos ayudan las ilustraciones, luego es todo TV) al dominio de lo escrito. Algunos de nosotros empezamos a amar las letras porque las historias estaban contadas con letras que conformaban palabras que se articulaban en frases. Debemos haber creído que el que dominaba las letras era capaz de dominar las historias, de contarlas también. (Algo que tan sólo hacían nuestros mayores, los grandes escritores son siempre viejos, o por lo menos lo es la imagen de ellos que uno ha fijado en su cabeza.)
Y de soñar con dominar las historias a esperar dominar la vida hay tan sólo un paso. Por fortuna a esa edad uno no ha oído aún de las aporías, ni del infinito espacio que existe entre los puntos A y B. (Ana ama, Beto barre.)

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Escribir es una compulsión. Y todas las compulsiones tienen algo de enfermo.
Siempre me gustó el cuento de Cortázar en que el protagonista empieza a vomitar conejitos. No sabe por qué le ocurre, ni puede parar. Vomita criaturitas primorosas pero incómodas, los conejitos mastican los muebles y cagan por doquier y reclaman comida, son lindos pero uno no sabe bien para qué sirven.
Todos los escritores vomitamos conejitos.

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Pocos párrafos más frecuentemente citados que el inicial de David Copperfield, donde se supedita el sentido de la historia (determinar si David es o no el héroe de su propia vida, lo cual equivale a determinar si se ha adueñado de su historia al narrarla), a la lectura del libro completo. Pero en realidad las primeras palabras de la novela no son esas, sino las que constituyen el título del primer capítulo: Yo nazco. Puesto así, en tiempo presente, de tal forma que David, y también el lector, vuelvan a nacer cada vez que se lee la frase.
La mayor parte de la gente nace una vez, pero los escritores nacemos dos veces. Una cuando salimos del vientre de nuestra madre, y la otra cuando descubrimos que estamos en condiciones de leer Yo nazco.

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Bob Dylan escribió alguna vez: aquel que no está ocupado naciendo, está ocupado muriendo.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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