Skip to main content
Blogs de autor

Angeles y escritores (3)

Por 23 de noviembre de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Marcelo Figueras

Escribir es, pues, tramar. No sólo en el sentido de construir una trama argumental, sino más bien en el de urdir un tejido que una lo que ha sido disgregado por la historia, o bien por nuestra manera pedestre, estrecha de interpretar la experiencia. El acto de escribir y el acto de la lectura re-generan: vuelven a generar una unidad que se había perdido, mediante una práctica milenaria que, más allá de la mecánica de su producción (escribir es una técnica como cualquier otra), puede tener mucho de esotérico porque aspira a una forma del conocimiento que no depende de la criba de la lógica humana.

Lejos de limitarse a un ejercicio nostálgico, el de la memoria es en los relatos de Goyen un acto tan creativo como la escritura misma. Se trata, tal como citábamos, de permitir que la mente se libere para ir hacia atrás con el objetivo de rescatar un pasado que necesita recomposición.

Desde su presente romano, el protagonista de Memoria de mayo recuerda que en aquel momento de su infancia "lloró con amargura en honor de algo que iba mucho más allá de lo que entonces comprendía". Sin saberlo, el niño que en aquel desfile interpretaba al rey de las flores recibió un anticipo de la vida por venir: entendió que todos los oropeles son de cartón y no duran mucho, entendió que los padres nunca pueden hacerlo todo bien, entendió que existir significa sentir una "trágica incompletud" que jamás puede aventarse del todo.

Goyen hace uso de una noción einsteniana del tiempo como unidad: no hay separación entre pasado, presente y futuro, el tiempo es uno y ocurre todo a la vez. Por eso el llanto amargo, que existió en la niñez para que el adulto pudiese finalmente entender, en la fría tarde romana, aquel "despertar" de la infancia. En lugar de que el pasado determine el presente, como se interpreta del modo convencional, es el presente quien relee, quien re-genera el pasado. Desde el cuarto ajeno de pisos antiguos de su alojamiento romano, el protagonista pondera "las primeras revelaciones que tenemos en la vida y… cómo esas revelaciones van cambiando con el tiempo". En su acepción más obvia el pasado es inalterable; y sin embargo lo modificamos desde nuestro presente cada vez que lo revisamos, propiciando que sus sentidos más profundos decanten.

Además de tejido conectivo, de lugar de reunión, de matrimonio entre el dolor y la curación, la literatura es para Goyen el sitio en que el tiempo deja de estar disgregado y se unifica. Los más grandes escritores de la historia han plasmado esta verdad de manera inapelable: la literatura representa la naturaleza del tiempo mejor que un reloj, o que el calendario más exhaustivo.

Pero este tiempo único no es determinista, no está cerrado ni condena a sus criaturas a un destino prefijado. Recibir revelaciones habilita a los personajes para elevarse por encima de la incompletud trágica. Una vez que el narrador entiende el sentido de aquella intuición temprana, puede aceptar que, a pesar de la vergüenza sufrida durante el desfile, su pequeña hermana se haya convertido en la más serena de las bailarinas, "una criatura aérea" que produce un momento de belleza ultraterrena.

En el tiempo (re)unificado, el narrador y/o protagonista no son víctimas de sus destinos: más bien salen al encuentro de sus destinos, que se les han manifestado cuando jóvenes o niños y que asumirán plenamente, ¡por fin!, en el presente del cuento, (re)generándose -esto es, despertando a la vida de manera definitiva.

El narrador de Sobre el pueblo representa esta iluminación con elocuencia. Al recordar aquella figura anecdótica de su infancia, el Ermitaño, que durante cuarenta días con sus noches ("El mismo tiempo que duró el diluvio") se sentó en silencio sobre un mástil que lo elevaba por encima del lugar, el narrador entiende que su destino le fue revelado entonces. Comprende, al escribir el cuento, que está llamado a contar historias; que el Ermitaño le comunicó sin palabras cuál era la ética del narrador ("…no tenía nada que vender, no quería hacer fortuna, no quería gastar bromas ni hacer trucos… sólo quería que lo dejasen hacer lo suyo tranquilo"); que la vocación entraña riesgos (asumirse diferente y por lo tanto exponerse a la intolerancia de los otros); y que para hacerlo bien, no basta con encontrar un sitio desde el que poder observar todo con una perspectiva privilegiada. El Ermitaño no se sube al mástil para mirar desde las alturas. Tal como se revela en El camino de Rhody, donde su figura también aparece, se ha trepado allí para purgar sus pecados. (Los cuarenta días y noches definen además el tiempo que Jesús ayunó en el desierto.) Uno no escribe tan sólo para dar cuenta de lo que ve: escribe, ante todo, para entender lo misterioso -y para obtener aquello que sobreviene una vez que se lo ha entendido con profundidad: la salvación.

Lo que queda una vez que las corrientes del tiempo barrieron con la hojarasca es, de manera inevitable, lo permanente: aquello que en el despertar pareció pura intuición, que al crecer se manifestó como revelación y que ahora, cuando el protagonista y el narrador han vuelto a ser uno, puede ser definido como "el fondo frío y duro de la verdad inalterable".

William Goyen escribió como quien busca sin cesar ese fondo de verdad; antes que un narrador profesional fue un hombre que perseguía la esencia de las cosas a la manera de los gnósticos, alejándose de la sabiduría de este mundo para confiar de manera preferente en "las pequeñas señales", ya fuesen epifanías, experiencias místicas o -presten atención a esa palabra, que es Goyen y no yo quien la dejó caer- revelaciones.

Jacob no le demandó al Angel lo que le habrían demandado todos: fortuna, victoria, reconocimiento, vida eterna. Le pidió algo más simple y más sabio: que lo bendijese, que lo iluminase. En su propia lid con la literatura, no cabe duda de que Goyen le retorció el brazo hasta que obtuvo una bendición semejante.

Porque amaba vivir y escribir con parecida intensidad, entendió que la mejor literatura es la que ocurre cuando uno está pensando en algo más importante.

[ADELANTO EN PDF]

profile avatar

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

Obras asociadas
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.