Marcelo Figueras
Esta historia es real.
El hombre compró el juguete para su hijo por tan sólo cinco pesos con cincuenta, el equivalente a poco más de un euro. Pensó que se había llevado una ganga, que haría feliz a su niño con tan poco. Había examinado la mercadería superficialmente, debido al apuro por llegar a casa antes de que cayese la noche: vio la pistolita de plástico, el par de esposas atadas al cartón por tiritas y cubiertas por un plástico transparente. Police Set, decía el cartón que oficiaba de base. Made in China. (Siempre Made in China).
Fue después, cuando el pequeño ya había destrozado plástico, cartón y tiritas, que advirtió algunas de las idiosincracias del set. Para empezar, la pistolita tenía como accesorio un silenciador. Se preguntó: ¿desde cuándo la policía dispara con silenciador, como si tuviese algo que ocultar? Pero nada lo preparó para el más colorido de los accesorios: una pequeña picana, cargada con una pila para producir descargas eléctricas –descargas leves, pero no por ello menos reales.
Una vez repuesto de su impresión, el hombre tuvo el tino de acudir a la Justicia y la Defensoría del Pueblo actuó de inmediato, solicitando a los comerciantes el retiro del Police Set de todos los estantes y vidrieras. La Defensora, Alicia Pierini, destacó ante la prensa la contradicción que emanaría del enseñarles a los niños sobre la cuestión de los derechos humanos –que figura en la currícula escolar, como uno de los correctivos a la experiencia de la dictadura en los 70- y después sugerirles, desde el juego, que es normal que un policía dispare envuelto en la protección del silencio y que torture a sus detenidos.
Yo no soy de los que creen que hay que prohibir el uso de las armas de juguete. Si lo hiciese sería infiel al disfrute que me ofrecieron cuando niño. Siempre me fascinaron, todavía hoy colecciono espadas y réplicas de pistolas y practico tiro con arco y flechas. (Lo cual me inhabilitaría moralmente para fingirme contrario a las armas de juguete; gracias al cielo que tan sólo tuve hijas mujeres, al menos hasta hoy). Sin embargo nunca utilicé un arma real en contra de nadie, y conste que la vida en este país me ha dado más de una excelente excusa para hacerlo.
El universo Barbie que subsumió la experiencia de juego con mis hijas me eximió de poner a punto una política sobre las armas de juguete, pero si debiese formular una de apuro diría: la violencia es parte de la vida, y en particular de la experiencia humana. Yo no querría formar criaturas violentas, pero tampoco criaturas que no supiesen cómo desenvolverse en este mundo. Si empezase prohibiéndoles las armas de juguete debería continuar prohibiéndole los programas de TV que ven todos sus compañeros, y terminaría vedándoles la visión de los noticieros. Y así formaría personalidades desgajadas de la realidad, y por ende débiles a la hora de plantarse ante la vida. Mi objetivo sería más bien mostrarles las cosas que ocurren a diario en el mundo, para que sepan dónde están parados, e imbuirlos a la vez de un respeto a todas las formas de vida que no convierta a la violencia en tabú, en algo oculto y por ello tentador, sino a la no violencia en una elección consciente –la elección superior, propia de los más fuertes.
Celebro la decisión de este padre, que enseñó a su hijo que la tortura constituye un delito y que por ello cualquiera que la practique es un delincuente –aún tratándose de un policía. Ese niño no sufrirá shock alguno cuando preste atención a los noticieros, por el contrario, estará preparado para asimilar la verdad. Y celebro la eficiencia de la Defensoría del Pueblo, que esta vez hizo honor al rimbombante título de su oficina.