Skip to main content
Blogs de autor

A un héroe anónimo

Por 2 de diciembre de 2005 Sin comentarios

Marcelo Figueras

En respuesta al texto de ayer sobre los relatos que marcaron nuestra infancia, Djuna recogió el guante y mencionó sus favoritos. Uno de los que anotó llamó mi atención: “Moby Dick, naturalmente,” escribió en su comentario. Lo primero que pensé fue que el libro de Melville había cruzado por mi mente al redactar mi propia lista, pero que lo había desechado porque durante mi infancia sólo había leído versiones adaptadas. Los libros que yo había mencionado eran relatos que un niño puede leer en su versión original: las novelas de Salgari o Dumas (que leí en la ediciones de Tor que pertenecían a mi abuelo Ángel), La espada en la piedra, David Copperfield. Pero sin dudas no es posible que ningún niño más o menos convencional lea Moby Dick tal cual Melville la escribió. Es una novela larga, densa, abrumadora y compleja, cuya música constante es la desolación de la existencia: Moby Dick la asume y la lleva hasta sus últimas consecuencias, con una impiedad que no he vuelto a encontrar en la literatura –tan sólo en King Lear y en ciertas escenas de Beckett–.
La pregunta que se me ocurrió entonces fue: ¿quién habrá sido el primer editor a quien se le ocurrió que Moby Dick podía ser versionada como un relato infantil? Por lo pronto, debe haber sido alguien que se arrogó el derecho cuando Melville ya había muerto; porque de haber estado vivo el pobre Herman lo habría ido a buscar y lo habría colgado de un árbol para luego destriparlo. ¿Su novela más dolorosa, más terrible, más ambiciosa, convertida en un pasatiempo para niños? Melville padeció en vida el sufrimiento de aquel que no obtiene el reconocimiento esperado, pero aun así no debe haber imaginado, siquiera, un destino semejante; nada más fácil que malinterpretar la versión infantil, que sin dudas le habría sonado a burla póstuma.
Está claro que las imágenes que Moby Dick sugiere a simple vista son atractivas para todo público: la mar interminable, la ballena blanca y el capitán obsesionado por la cacería. Lo más probable es que el editor no haya leído nunca el original. Debe haberle pedido a un empleado que fatigue el libro para después relatarle la historia, y haber concluído, al oír la sinopsis, que era un material lo suficientemente colorido como para atraer la febril imaginación infantil. Algo parecido a lo que hacen todavía hoy la mayor parte de los productores de cine: pedirle a un subordinado que resuma la anécdota de una novela en dos palabras, para proceder a la reserva de derechos si le parece un material potable para la pantalla.

…………………………………………

Pero también existe la posibilidad de que se haya tratado de un editor responsable, que leyó Moby Dick hasta la palabra finis y aun así tuvo ánimo suficiente para imaginar que los niños valorarían la historia tal cual era. Porque algunas historias clásicas han sido edulcoradas, como la de Robin Hood, que suele culminar con el regreso triunfal de Ricardo Corazón de León para evitar a los lectores la amargura de los tragos por venir. O La sirenita en su versión disney-ficada. Pero no Moby Dick, que hasta en su relectura más pedestre culmina siempre de la misma manera: con Ishmael flotando en el océano aferrado a un ataúd. ¿Será posible concebir una imagen que describa con mayor precisión el destino último del ser humano?
Si el caso fue como aquí imagino, este editor debería ser considerado un héroe. Al igual que aquel que intuyó que La Ilíada y La Odisea podían ser bien recibidas por los más pequeños. Al igual que aquel que versionó Las mil y una noches. Y La Morte d’Arthur. Y Dr. Jekyll and Mr. Hyde.
En su momento Charles y Mary Lamb adaptaron las obras shakespirianas a la forma del relato corto, pensando en la formación de los más pequeños. Sus textos familiarizaron a varias generaciones de ingleses con las historias del dramaturgo de Stratford, aunque no con su poesía. Aquella decisión de los Lamb, suscrita por sus editores, tampoco estuvo exenta de locura. ¿En qué habrán pensado cuando imaginaron que esas historias de ambición, venganza, locura, celos y crímenes indescriptibles podían ser adecuadas para el paladar de un niño?
Cualquiera que haya sido la razón, le debemos a los Lamb y al editor de Moby Dick en plan infantil y a aquellos que pusieron a Poe y a Homero y a Victor Hugo y a Conrad y a Lovecraft y al Quijote a circular entre los niños, a todos ellos les debemos, insisto, una deuda tan enorme que se vuelve impagable. Porque hicieron posible que quedásemos expuestos a historias imperecederas en el momento más tierno de nuestra existencia, y al hacerlo nos modificaron para siempre. Desde entonces hemos creído que el marco en que transcurrían nuestras vidas podía ser tan bello y trascendente como aquellas historias.
Sin las versiones infantiles de Melville, de Shakespeare y de tantos otros gigantes, nuestra existencia hubiese sido infinitamente más pobre.

profile avatar

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

Obras asociadas
Close Menu