
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Luego están los devotos de la ortografía, los que se hacen los ofendidos cada vez que se cuela una errata o una falta ante sus ojos escrutadores. Son una reminiscencia del escolar escrupuloso y atento, que gustaba lucir de una caligrafía pulcra y sin manchas de tinta. Gentes que desde pequeños han confundido la errata con el error, el fallo con la falta, y la fealdad con el pecado.
A esos les gusta convertirse en inquisidores y ven todos los defectos en los otros. Los creen voluntarios y dolosos, fruto de una naturaleza perversa, y por eso tratándose de escritura adornan sus descalificaciones con sentencias solemnes en las que asocian la gramática con la moral. Jamás se les pilla en falta porque ellos son el error. No merecen ni enmiendas ni fe de errores, sino una enmienda a la totalidad.