Lluís Bassets
La más visible y de más urgente resolución es la de las finanzas públicas griegas. De que se enderece correctamente depende que no vayan cayendo como un dominó las siguientes fichas: Portugal, España,? Y al final de todo el euro. Arrastrando los pies, con los reflejos más mortecinos que nunca, se va reaccionando y saliendo del atolladero. Al cabo está ya sobre la mesa el paquete de crédito a Grecia por 30.000 millones de euros, que ayer suscitó una reacción positiva de los mercados.
Es la más coyuntural, pero constituye un buen índice de otras crisis latentes o explícitas. La más visible de todas es la de gobernanza europea. En cierta forma para esto sirven las crisis europeas: cada una de ellas revela una deficiencia clamorosa, que los países socios procuran resolver reactiva e inmediatamente aunque siempre con retraso. Lo que hemos visto estos últimos meses es el desequilibrio entre una UE sin gobierno económico y mucho menos todavía político, sin capacidad para hablar y contar como una sola voz en el mundo, y una moneda única, el euro, que ahora por primera vez da muestras evidentes de necesitarlos a ambos, al gobierno y a la voz europeas.
Casualmente (o no), esto acaece en el mismo instante en que se ponen en marcha las nuevas instituciones y cargos del Tratado de Lisboa. Debía ser la panacea largamente esperada para todos nuestros males. Pero una vez más nos permite sentenciar sobre el tratado de retraso que siempre lleva el reloj europeo. Este de ahora hubiera sido agua de mayo en las crisis anteriores y sobre todo en la que se abrió con la guerra de Irak en 2003. Ahora es como una prenda encogida antes de estrenarla, que ya no nos sirve cuando nos la ponemos por primera vez.
El principal problema de la teoría de las buenas crisis, esas que sirven para hacernos crecer, es que seguirá siendo cierta hasta el día que se convierta en falsa, y en aquel momento será letal y definitiva. Puede suceder con el euro, cosa para la que ya tenemos buen número de casandras en casa y fuera que predican su próxima desaparición. Pero puede suceder también en otros ámbitos más políticos. Veamos.
Signos no faltan: la desagregación de los sistemas de partidos que han garantizado la estabilidad durante las dos últimas décadas, la disgregación del voto, la derechización del entero espectro parlamentario, el hundimiento de la izquierda reformista y la aparición de un populismo rampante, aquí xenófobo, allí antimusulmán, más allá directamente antisemita, en todas partes enemigo de la inmigración y de la idea europea.
Todo ello en una atmósfera enrarecida de desafección por las ideologías e incluso las simples ideas, y crecimiento de las actitudes y sentimientos antipolíticos, en muchos casos alentados en su conjunto por el mal gobierno y la corrupción, ingredientes que bien mezclados constituyen el mejor abono para los radicalismos de cualquier signo. De poco nos valdrá superar la crisis griega si no atendemos a la crisis global europea.