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La nueva guerra ya está aquí

Por 30 de enero de 2010 Sin comentarios

Lluís Bassets

Sus armas son los virus, troyanos o simplemente el spam, todo lo que pueda perturbar o inclusod estruir las comunicaciones digitales. Crecen de forma exponencial. Quienes los lanzan albergan intenciones muy diversas: desde la obtención de un beneficio económico a través de alguna forma de fraude hasta objetivos estrictamente bélicos, de destrucción material del enemigo, pasando naturalmente por el espionaje en todas sus formas: comercial, industrial o directamente político y militar. El problema más preocupante es que se trata de un enemigo que no se identifica como tal. La atribución del ataque es la mayor dificultad a la hora de defenderse. China no se reconoce en los ataques cibernéticos que Google le atribuye para cesar sus actividades allí. Los ciberatacantes suelen utilizar una dirección o IP ajeno para ocultar su identidad, infectando ordenadores mal protegidos, distribuyendo software o incluso mediante la difusión de pendrives. Es la guerra, la nueva guerra, y Davos no podía ser ajena a su análisis, naturalmente.

La asimetría de estas nuevas guerras es extrema. Toda la creatividad que crece con la libertad del mundo digital sirve también para quienes quieren utilizarla con objetivos delictivos o bélicos. Pero la red es también democrática: no hay diferencia entre el tamaño de los agentes que entran en guerra, sean estados o empresas privadas, ni tampoco hay diferencia entre instituciones o individuos con talento y empecinamiento para convertirse en perturbadores del orden. La diferencia de legislaciones entre los países y la ausencia de acuerdos internacionales facilita las cosas a quienes quieren realizar actuaciones agresivas con cobertura legal.
Pero lo más difícil de todo es delimitar dentro de estas guerras cibernéticas cuáles son guerras en su sentido literal. Con los ataques informáticos se puede conseguir los mismos resultados que un bombardeo: liquidar las infraestructuras de transporte o de energía de un país y dejarlo sin capacidad defensiva convencional. Esperemos que nunca se llegue a este punto, pero es evidente que los militares y sus jefes, los políticos gobernantes, ya incluyen en sus estrategias defensivas la eventualidad de estos ataques como parte de una estrategia militar.
La nueva guerra ya está aquí porque la están preparando unos y otros. Como suele suceder, además, entre quienes están realizando acciones en las fronteras de la legalidad están también los estados y las empresas que realizan espionaje y la preparan mediante acciones ofensivas previas. Una de las curiosidades de la nueva guerra es que nadie se entera de que tiene lugar hasta que ha terminado en su fase final y definitiva, es decir, cuando se produce la victoria, la rendición o el tránsito a la guerra convencional. Como contrapartida, es una guerra que necesita un tratado de paz antes de que se declare.
Atención: la verdadera guerra cibernética, si se desencadena, podría ser peor que la guerra nuclear. Estamos quizás en algo parecido a la destrucción mutua asegurada, con el grave inconveniente de que no hay superpotencias con capacidad para detenerla, sino múltiples agentes estatales y no estatales de distintos tamaños y propósitos.
Ideas, necesariamente polémicas, sobre cómo hacer esta paz ya existen. Por ejemplo, crear una institución internacional a imagen de la Organización Mundial de la Salud, que se encargue de mantener la salud global de la red y de las comunicaciones. Cuestión central para la seguridad es la identificación, que permite atribuir las responsabilidades de lo que ocurra en la red. Hay que identificar a los usuarios, los programas y las máquinas. Hay que empezar por lo más sencillo: el cibercrimen y la protección de los usuarios infantiles.
Habrá que organizar la negociación y firma de un tratado internacional por el que los estados firmantes se comprometan cada uno de ellos a proteger la libertad digital de sus respectivos ciudadanos y a compartir con los otros estados la responsabilidad y la información acerca de la seguridad de la red. El libre flujo de la información, que por definición es global, será el segundo punto que deberá garantizar el tratado. Los firmantes se comprometerán a no ser en ningún caso quienes efectúen el primer golpe en la guerra digital.
Cifras y datos: dos millones de virus nuevos han entrado en los dos últimos años. El 22 por ciento de los ordenadores no tienen suficiente defensa antivirus, convirtiéndose así sus propietarios automáticamente en agentes de guerras pasivos e inconscientes. ¿Y dónde está en enemigo? Pues en casa: el 17 por ciento de los ataques salen de Estados Unidos, país que va en cabeza en lo que a ataques se refiere, por delante de Brasil y China con el 7 por ciento.
(Estas ideas no me pertenecen. Son de Susan Collins, senadora republicana por Maine; André Kudelski, presidente de Kudelski Group; Craig Mundie, jefe de investigación de Microsoft; Paul Sagan, presidente de Akamai Technologies y Hamadoun Touré, secretario general de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, a quienes preguntó de forma incisiva el profesor de Derecho de Harvard, Jonathan Zittarin. Pude escuchar también algunas de las ideas sobre el tema del equipo directivo de Google, encabezados por Eric Schmidt, que tuvo ayer varias intervenciones en el Foro. Finalmente, hay que leer sobre esta cuestión el artículo de Timothy Garton Ash que se centra en la ?guerra? entre Google y China, hoy en El País.)

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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