
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Sarkozy ya no puede abrir la boca sin hablar de España. Los franceses que han votado a Marine no quieren ser como España. Si él quiere seguir presidiendo la République, es para no convertirse en España. Si gana Hollande, Francia será España.
Sarko l?americain se está convirtiendo en Sarko el antiespañol. Curiosa transformación, hay que decirlo, y muy poco francesa. Lo español es ser antifrancés, y lo más genuinamente francés es ser despreciativo y arrogante con lo español, y no antiespañol sino antialemán.
Los repertorios de tópicos históricos, cultivados en el jardín de los prejuicios y de la xenofobia durante años, sino siglos, regresaron invertidos con el triunfo de la transición y la integración europea. Aunque a la derecha española le sigue costando dejar de ser antifrancesa, la derecha francesa se convirtió en encantadoramente hispanófila.
No olvidemos que la España de guitarra y pandereta es un invento francés. Fuimos el ?otro? exótico y Sarkozy quiere ahora situarnos de nuevo en la ?otredad? menos exótica y más dolorosa de la Europa del derroche y del desgobierno económico.
En sus insistentes invocaciones de España Sarkozy manifiesta hasta qué punto el fantasma de la crisis se está convirtiendo en una pesadilla para un presidente que con sus cinco años en el Elíseo pocas lecciones puede dar respecto a limitación del endeudamiento y recorte del déficit público.
Es un rebote de los viejos tópicos antiespañoles, que regresan a dónde solían después de la etapa de enamoramiento. Se produce en forma de conjuro antisocialista: la España en crisis era el socialismo de Zapatero, que era como decir el único socialismo que quedaba en Europa; y ahora hay que impedir que regrese de la mano de Hollande. La crisis c?est la faute de l?Espagne.
Yo, por mi parte, no puedo olvidar las buenas relaciones de Sarkozy con Zapatero, y sobre todo los elogios durante su anterior campaña electoral a la política de vivienda española, con promesas de imitación a los estímulos fiscales y a las facilidades bancarias para que los jóvenes compraran en vez de alquilar.
Afortunadamente para Francia, nada pudo poner en práctica de aquellas ocurrencias suyas. Y seguro que ahora ha olvidado del todo que fue un embobado admirador de la burbuja inmobiliaria española.