Lluís Bassets
Ante todo no hacer daño. La sentencia hipocrática, elemental para la medicina, debiera convertirse en lema para la política, el periodismo o la justicia. Seguro que si políticos, periodistas y jueces tuvieran presente que su función es arreglar y mejorar y no estropear o incluso destruir, de otra forma andarían las cosas.
Y sin embargo, lo habitual es que suceda exactamente lo contrario de lo que exigía Hipócrates de los médicos. Estamos ya acostumbrados a que una decisión política sirva para liarla o en todo caso para obtener el resultado contrario al proclamado. Tampoco es extraño que la publicación de una información periodística sirva para oscurecer algo más las cosas y obstaculizar el conocimiento de la realidad. Y tenemos bien presentes decisiones de la justicia que no sirven para dar a cada uno lo que es suyo o restablecer el orden vulnerado sino para crear más problemas y dificultades para todos.
Basta con pensar en el caso del Alakrana. Cuando la ley, los gobiernos y la información no están al servicio de los ciudadanos, de las personas, se cae toda la arquitectura de la sociedad y pierden cualquier sentido las invocaciones al estado de derecho, a la justicia y a la libertad de expresión. ¿Para qué queremos unas leyes que en vez de estar al servicio de los ciudadanos sirvan para someternos a su rígida arbitrariedad? ¿Para qué unos gobiernos dedicados a complicar las cosas en vez de resolverlas? ¿Y para qué unos medios de información dedicados a suscitar peleas entre políticos y jueces y a obstaculizar la resolución de los problemas gracias a su esmerada vocación castatrofista?
No puede olvidarse ahí, por supuesto, a los armadores que mandan sus barcos de pesca a zonas de alto riesgo, a sabiendas de que pueden caer en manos de los secuestradores somalíes. Los pesqueros que faenan en la zona protegida militarmente por el dispositivo de seguridad internacional, y concretamenre por la operación europea Atalanta, apenas están sufriendo ni siquiera el acoso de los piratas.
El secuestro del Alakrana, en todo caso, en un buen revelador del estado de las instituciones en un país como España. Aquí, unos y otros invierten la sentencia hipocrática: ante todo, buscar el propio beneficio aun a costa de producir el máximo daño.