Lluís Bassets
Por la cabeza y por la cola. Por todos lados se extiende el mal olor. Empieza esta semana la campaña para el Parlamento Europeo y no puede ser peor el espectáculo. La antipolítica ha llegado a Westminster, en una metamorfosis del antieuropeísmo que pronto mostrará su verdadero rostro, sobre todo si David Cameron consigue el adelanto de las elecciones generales que le abriría las puertas de Downing Street. Peligraría en tal caso el propio Tratado de Lisboa, pues el líder tory acudirá a las urnas con la promesa de un referéndum de revocación que situaría a la Unión Europea en una situación terminal. Esto es lo que sucederá si Irlanda y la entera Unión no han ratificado el tratado antes de la entronización del líder conservador.
En el flanco mediterráneo, el mal olor es todavía más intenso: la mezcla de populismo xenófobo y de corrupción mafiosa es letal para la democracia y para Europa. La caza del inmigrante y del extranjero, ya practicada de forma extensiva en muchos países de la Europa central, se está convirtiendo en ley en la Italia de Berlusconi, donde muchos empiezan a temer incluso por la propia libertad de prensa.
Empieza la campaña para las elecciones europeas, es cierto, y en estas circunstancias se puede esperar cualquier cosa de los excesos demagógicos. Aún hay suerte de que en los dos países centrales, Francia y Alemania, la demagogia electoral se concentre en marcar a los turcos las fronteras de una Europa en la que jamás ingresarán. Sarkozy y Merkel han desmentido, solemnemente, a cuatro manos, a Barack Obama en su viaje a Europa y Anatolia, con la vista puesta en el tendido electoral y mucha más vergüenza torera que quienes exhiben los peores sentimientos racistas y xenófobos.
La fuerza de Ankara está, por supuesto, en el pasado de su larga relación con Europa, anterior a las peticiones de ingreso de numerosos países (como España) y más profunda en muchos casos a través de su integración fundacional en la OTAN; pero más todavía en las líneas que le marcan el futuro y la ambición turca de hacer compatible un papel central en todas direcciones: Caúcaso y Asia central, Oriente Próximo y Europa.
Mucho me temo, tal como están las cosas, y vista la debilidad y la anemia política de los europeos, que si un día Turquía decide que no quiere de verdad ingresar en Europa significará que Europa ha dejado de tener el más mínimo interés para sus vecinos y para el mundo. Este día puede estar mucho más cerca de lo que creemos. No es la cabeza ni la cola, es el entero pescado europeo el que huele.