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Escena de idilio en una embajada rusa

Por 15 de mayo de 2014 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

No hace falta concretar la localización. Puede ser en Lisboa o Roma, en Bruselas o Berlín.
Fecha: uno de estos días, tras los plebiscitos de Donetsk y Lugansk.
Escenario. Arquitectura y decoración imperiales, las propias de la superpotencia que fue y aspira a volver a ser. La comida y el servicio, perfectos: vodka, caviar, salmón? Los diplomáticos, profesionales y amables, a la altura del poder imperial que representan. Buenos conocedores del país y de sus políticos, también de sus problemas interiores, que no dejarán de evocar en ejercicios de política comparada y de denuncia de la doble vara de medir, una especialidad que dominan. Los argumentos, conocidos, sin novedad.
La sorpresa la proporcionan los convocados, variopinta fauna mayoritariamente conservadora, fuertemente nacionalista en casi todos los casos e incluso de posiciones ultramontanas en las esferas de la moral y de la religión. Antes de que abran la boca los amigos rusos, los amigos locales ya se han rendido ante los encantos ideológicos moscovitas, sin necesidad de que nadie adelante argumentario alguno elaborado en Moscú.
Rusia no ha sabido explicarse ni hacer pedagogía. Ucrania no existe, es Rusia de toda la vida. Jruschov regaló Crimea a Ucrania ilegalmente. Odesa y Sebastopol son tan rusas como Marsella y Nantes francesas o Bremen y Rostock alemanas. No se puede hablar de anexión de Crimea. Son los ucranios los que quieren separarse de un régimen instalado por un golpe de Estado. Putin defiende mejor los valores cristianos occidentales que nuestros políticos cosmopolitas. Véase la cuestión del matrimonio homosexual. Nuestro país (rellénese aquí con el que se desee: vale España, claro está, pero también muchos otros se adecuan) y la Madre Rusia tienen historias gemelas de enfrentamiento contra la modernidad y frente a la americanización de la vida y de la cultura. Tenemos más que ver con una familia de Petersburgo, perfectamente europea, que con otra de Chicago, americana y lejana. Los diplomáticos callan o, como máximo, asienten satisfechos.
Hubo un tiempo de violencia extrema en que había que escoger primero entre la cruz gamada de un lado y la hoz y el martillo del otro. Le siguió a continuación otro tiempo, más pacífico en las formas pero igualmente brutal en la capacidad amenazadora de la destrucción mutua asegurada, en que el dilema era entre la estatua de la libertad y el busto de Lenin. En ambos tiempos, los amigos de Moscú se hallaban en los partidos comunistas, aunque su capacidad de irradiación sobre la entera izquierda y sobre el mundo intelectual iba más allá de las ideas políticas. Llegó después el paréntesis de los 20 años unipolares, con Rusia desaparecida y acomplejada, al que le ha seguido el regreso geopolítico de la Rusia autocrática de siempre, similar a la que guerreó en Crimea entre 1853 y 56 contra una gran coalición europea en la que estaba el Imperio Otomano. Y esa Rusia, antimusulmana, reaccionaria, de un cristianismo elemental y primitivo, es la que de nuevo fascina en Europa como un modernísimo avatar de la Tercera Roma que se asocia a los orígenes del Ducado de Moscú.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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