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Desgana militar

Por 7 de septiembre de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

El territorio donde se han desarrollado más guerras y de donde han surgido más iniciativas bélicas en toda la historia está acercándose a la anulación absoluta de la pulsión militar. Tiene toda su lógica. El ardor guerrero desplegado durante siglos y utilizado para la expansión colonial está llegando al límite de su agotamiento.

Este repliegue tiene más de medio siglo, pero Siria lo sitúa de nuevo en primer plano. Si durante la guerra fría Europa tenía subarrendada su defensa, poco ha hecho después para defenderse por sí misma. La inhibición coincide ahora con los efectos de una crisis fiscal que golpea unos presupuestos militares ya ostensiblemente insuficientes.

Las primaveras árabes, esa esperanza al parecer efímera respecto al futuro de la democracia en los países islámicos, permitieron una finta engañosa respecto a la crisis y a la vocación pacifista de los europeos. Francia y Reino Unido tomaron con Estados Unidos la iniciativa de golpear a Gadafi, acción que realizaron bajo la dirección de la OTAN y tras obtener la autorización del Consejo de Seguridad.

Los motivos morales para un castigo a El Asad son infinitamente mayores que en el caso de Gadafi, pero no sucede lo mismo con las facilidades que proporciona el contexto político y económico europeo. El stress de la crisis presupuestaria es todavía más intenso. Recordemos que en Libia los europeos ya mostraron una cortedad de munición que solo Washington pudo reparar. En la actual ocasión, Reino Unido ha desertado por imperativo de su admirable democracia parlamentaria. La Alemania de Merkel, que debía ser más deferente que la de Schroeder con el aliado transatlántico, se halla ocupada en las elecciones generales. No hablemos de España, que todavía asomó la nariz con Libia y ahora solo atiende al pisotón gibraltareño. Solo la Francia del socialista Hollande quiere guerra.

La UE no tiene política exterior y menos de defensa, ya se sabe, y la OTAN se conforma con condenar a Siria, como si fuera el Vaticano. El nuevo Papa, por cierto, eleva su voz contra la guerra, sin problemas para hacerse oír: la inhibición europea se produce en todas direcciones; apenas un murmullo de intelectuales belicistas y unas pocas pancartas de las masas antibelicistas.

Algo más ha cambiado desde Libia hasta ahora. El presidente de Rusia, que autorizó el ataque a Gadafi en el Consejo de Seguridad, era Dimitri Medvedev; el que rechaza su permiso para castigar a El Asad es Vladimir Putin. A nuestra falta de apetito bélico le corresponde la nostalgia del vecino ruso por la hegemonía perdida.
Es excelente que Europa sea el territorio de la paz, pero mejor sería si fuera un territorio pacífico que sigue extendiéndose en vez de observar cómo crece no muy lejos de sus fronteras el territorio de la guerra. O que, mientras tanto, pudiera defenderse a sí misma.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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