Lluís Bassets
Sobre todo por la prodigiosa capacidad de oclusión informativa que tienen los grandes acontecimientos oficiales en la República Popular China. Que son tres de magnitud colosal en tres años, desde 2008: los Juegos Olímpicos de Pekín, del 8 al 24 de agosto en 2008; los actos del 60 aniversario de la fundación de la República, el 1 de octubre de 2009; y la Expo de Shanghai ahora, desde el 1 de mayo hasta 31 de octubre de 2010. He escrito oclusión informativa y quiero denominar con esta expresión la fuerza propagandística que tiene un Estado para proyectar a su gusto la imagen de un país moderno y eficaz y a la vez dejar cada vez más en la sombra tanto las disfunciones del sistema de capitalismo chino como su carácter totalitario y homogeneizador.
Los comunistas chinos están consiguiendo, a lo grande, lo que los franquistas reformistas intentaron con éxito muy mediocre en los años 60. Esos desfiles perfectos de sincronización; esos éxitos mediáticos en todo el mundo; esa capacidad para romper todas las barreras en la participación internacional, no son cosas muy alejadas en cuanto a inspiración de los esfuerzos desarrollados por Manuel Fraga y sus amigos hace 50 años en aquellas campañas de las que ya casi nadie se acuerda sobre los XXV Años de Paz, la promoción del turismo extranjero con su ?Spain is diferent? o del deporte con su ?Contamos contigo?, todas ellas caras propagandísticas del desarrollismo económico que cambió la faz de España en poco más de una década.
Además de la diferencia de tamaño hay otra de contexto que es la que explica todo: quien tiraba de España económicamente era Europa y correspondía al régimen franquista hacer los esfuerzos para ser considerado por los países vecinos; mientras que en China quien tira del país es la propia economía china, gracias a su apertura al mundo global ciertamente. Pero no hay nadie capaz de exigir al régimen chino los estándares de derechos humanos y de Estado de derecho que se exigió a España cuando empezaron a moverse las cosas. Al contrario, lo que se teme desde Europa y Estados Unidos y conduce a la mayor prudencia frente a China, es que la superpotencia emergente utilice su poderío para trenzar peligrosas alianzas anti occidentales con los regímenes más detestados desde Washington y Bruselas.
No es extraño que entre quienes mejor han entendido lo que está sucediendo en China estén precisamente los antiguos franquistas. El difunto José Antonio Samaranch, el español más admirado y adorado por los chinos (Samaranchi en chino), fue uno de estos franquistas que intentaron una modernización desde el totalitarismo similar a la de los seguidores de Deng Xiaping con el régimen fundado por Mao Zedong. Luego no tuvieron más remedio que abrir la mano hasta un punto al que los comunistas chinos no quieren llegar de ninguna manera y esto fue, felizmente, la democracia española.
Fijémonos que, de nuevo salvadas las diferencias inmensas de dimensiones, dos son los puntos en los que ambos regímenes tropiezan con obstáculos aparentemente insalvables: el pluralismo político y los derechos de las nacionalidades y regiones. Estos días en que hay quien quiere poner en tela de juicio la transición española o plantear incluso una regresión respecto al Estado de las autonomías es momento también de desear que para los ciudadanos chinos llegue bien pronto la oportunidad de saltar desde una modernización totalitaria controlada por el Estado a una sociedad abierta y plural regida por un Estado de derecho democrático como sucedió en España hace 35 años, con libertad para los partidos y autogobierno para las numerosas nacionalidades que ahora sobreviven más que viven dentro de la República Popular China.