
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Toda derrota escuece. Pero escuece más todavía cuando obliga a quien la sufre a cambiar su programa y adoptar el del adversario. Consuélense los republicanos: les ha sucedido a muchos antes. Y les ha sucedido sobre todo a sus más odiados enemigos, la izquierda antaño comunista y socialista, luego socialdemócrata y social liberal, finalmente solo liberal y demócrata: de cucharadita en cucharadita se tragó todo la botella de acierte de ricino capitalista.
En el caso de la derecha estadounidense, referencia conservadora mundial en ideas, programas e incluso en medios de financiación a su alcance, todavía ha sido peor. La derrota de hace una semana es fruto, precisamente, de su galopada hacia el extremo, que llevó al partido republicano a presentarse como enemigo de las mujeres, los inmigrantes, los pobres, los gays y lesbianas, e incluso de las clases medias en frente de ese uno por ciento de multibillonarios a los que había que preservar de cualquier incremento de impuestos.
De ahí que en su caso la derrota escuece más porque deberán beber a trago de la botella de aceite de ricino.
El cambio al que están abocados los republicanos les obligará a hacer lo contrario de lo que han venido predicando con intensidad creciente. Hay voces que ya se apuntan a la idea de la amnistía para los 13 millones de inmigrantes ilegales que puede haber en el país: después de haberse mofado y criticado airadamente la supuesta consigna de ?papeles para todos? del buenismo izquierdista, ahora son ellos quienes se apuntan a ella.
Voces hay también que no ven mal alguno en que los más ricos aporten algo más que los otros: proponen romper su juramento contra toda subida de impuestos. Otros más aseguran que es el programa económico y no la moralidad familiar lo que debe estructura un programa republicano. E incluso aparecen otras que reniegan del dogma del Estado mínimo y quieren un Gobierno que gobierne e intervenga en la buena dirección, como un socialdemócrata cualquiera.
Muchas de estas ideas son exageraciones producidas por el dolor de la derrota, que nos hablan muy a las claras del tremendo debate de ideas que se abrirá ahora en las filas conservadoras. Pero no hay duda de que algo saldrá de esta destilación y que por primera vez en muchos años los cambios se dirigirán en sentido contrario a lo acostumbrado, es decir, hacia el centro. Y eso sucederá no porque los demócratas hayan ocupado el centro, sino porque la sociedad estadounidense ha cambiado, demográficamente sobre todo, y se aleja del partido republicano blanco, protestante y masculino, más propio de los Estados Unidos de la guerra fría que de la superpotencia multicultural y multirracial del siglo XXI.