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Taller Vallejo

Por 10 de enero de 2010 Sin comentarios

Julio Ortega

 

 

El primer día de clases les había yo advertido a los alumnos que la experiencia de estudiar la poesía de César Vallejo es peculiar: al terminar el curso uno sabe menos que al comenzarlo.
 

Ahora que el seminario concluye, los siete estudiantes saben menos del poeta pero algo más de sí mismos.  Han aprendido, por su cuenta, que su capacidad de leer requiere ser puesta a prueba.
 

Reconocer la distinta legibilidad de un objeto de arte es parte de la experiencia crítica, de su aprendizaje sin rédito.
 

He hecho varias veces este seminario, que llamo Taller Vallejo, postulando no sin optimismo que el ejercicio de leer a este poeta dificilísimo es imprevisible para uno.  La verdad, uno no se conoce bien hasta atravesar la ciudad de Trilce. Hay que meter las manos en el poema, diagramarlo, dibujarlo, para finalmente concluir que su descripción confirma que lo conocemos un poco menos.  Los siete terminaban las dos horas exahustos y exaltados.
 

“Un buen alumno –le dice el poeta a un tilo del Marne- leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca…” Y le llama:”¡Oh profesor, de haber tanto ignorado!”  En ese poema, “El libro de la Naturaleza,” las hojas del árbol son las del libro, pero son también las cartas de una baraja. La lectura las reparte, verso a verso, para aprender a leer de nuevo. El poema es todo lo que nos queda de la Naturaleza.
 

Como buen poema hermético, el de Vallejo invita a la interpretación, a la sobreinterpretación, pero también al disparate. Por algo Trilce es un aparato cuyo nombre no está en el Diccionario. Algunas buenas gentes han propuesto que esa palabra está hecha de otras dos: triste y dulce. ¡Qué vida tan fácil la de esos lectores que apagan el libro!
 

Pero debemos estar pasando por un nuevo ciclo de la lectura, menos predeterminado por teorías autorizadas y métodos positivistas; una de esas eras imaginarias que, cada tanto, reordenan la biblioteca.  Porque en el  pequeño Taller la conversación, de pronto, hizo rizoma. Un estudiante observó el pasar de unos zapatos entre algunos poemas.  Otro, la producción residual de una poesía de los escombros. Alguien más, las tachaduras que en un manuscrito son necesarias al poema…
 

Ese desplegado material que va de la letra a la tachadura, esa escena de trazas y huellas, prometía en la lectura un trayecto de retorno.
 

Es verdad que el “Guernica” de Picasso es lo que más se parece a un poema de España, aparta de mí este cáliz.  Ninguno de los dos cabe en el campo de la mirada.  Es lo que Vallejo llama una mirada “despupilada,” y también, “un día doble.” Había visto el cuadro al volver a París en el Pabellón de la República Española, en la Exposición que se acababa de inaugurar.  Seguramente Vallejo escribía entonces España, aparta de mí este cáliz. Todos somos, en alguna medida, el “Guernica” que vimos. A mí me tocó verlo en mayo de 1969 en mi primera visita a Nueva York. Fue lo primero que vi apenas entrar al MOMA. Después, el que vi protegido en el Prado y, más tarde, el que descansa en el Reina Sofía, no son el mismo.
 

No es casual que Picasso pintara al menos un cuadro para cada museo, previendo al señor que ladea la cabeza para recomponer una figura legible. Vallejo hizo otro tanto, cortando las amarras referenciales del lenguaje.
 

Al final, nos entusiasmamos con ese fervor de lo indecible. Su rebeldía está arraigada, “hasta hacer sangre,” en la materia que se hace lugar en el discurso.
 

Esta vez, fui al museo de Harvard para buscar esos trayectos en la colección de constructivistas rusos. Me sentí como el señor que busca hacer una escena con un cuadro de Picasso. Pero dadas las sintonías que a veces nos salen al paso, me encontré con el cuadro constructivista que equivale, quiero creer, a la forma interna de la geometría vallejiana: los triángulos, círculos y cuerdas están suspendidos en el espacio del cuadro más allá de la ley de la gravedad, contradiciéndola con asombro.
 

Ese esquema conceptual es lo que organiza al lenguaje del poeta peruano, entre tensiones que no se suman y saltos en el abismo que nos restan.
 

Pero ahora que termino de leer los  trabajos finales del Taller, me encuentro con una nota de Enrique Bruce que dice mejor lo que yo intentaba decir. En el no. 54 de la revista limeña Hueso húmero (el título es coincidencia), que acaba de salir, Bruce se pregunta por qué la película “Canciones del segundo piso” (2000) del director sueco Roy Anderson lleva una cita de Vallejo (“Amadas las personas que se sientan,” del poema “Traspié entre dos estrellas”). La conclusion de Bruce es que el director al convertir las palabras en imágenes transforma el poema en una representación conceptual. El poema, que proviene del modelo evangélico, incluye el verso: (Amado sea) “el que se coje el dedo en una puerta.” Anderson escenifica el acto en el andén de un tren donde un pasajero se ha pillado los dedos y los demás lo miran, discuten el hecho, pero no reparan en su dolor.
 

Sobre la representación de las emociones habíamos hablado en el Taller a partir del ejemplo de los formidables videos de Bill Viola que pude ver en el Thyssen.  Mientras que Deleuze había teorizado que el “corte” en el cine es un lenguaje en sí mismo, y la “imagen-tiempo” una unidad del montaje; Viola fue más allá al fotografiar en su video-arte instantes de la emoción que el ojo del espectador no capta y sólo arma como proceso, como relato. De modo que la emoción (si entendí bien, esto es demasiado complicado, lo siento, ¡ya teníamos bastante con Vallejo!) es producida por el espectador, por la mecánica fragmentaria que se resuelve en la percepción y, así, en la interpretación.  Quien haya estado en el Thyssen (“Las lágrimas de Eros”) habrá visto a esos espectadores, yo entre ellos, demudados ante la danza de los afectos de esas parejas, arrebatadas por la ola de agua y luz que Viola ha construido, en la misma lógica de Picasso y Vallejo: en contra de la representación literal, poniendo en cuestión la economía del lenguaje, y cautivándonos con el enigma que somos.
 

Al final, se trata de eso, de navegar el arrebato de la forma vallejiana (o para el caso las rupturas de Picasso, Joyce, Kafka, Pound, Borges, Lezama Lima, Tàpies, Fuentes, Goytisolo, Eltit…); y habiendo sido parte de ese vértigo, saber, al volver al habla diaria, que su uso nos pertenece como herramienta arrebatada a las sociedades que no reconocen  valores sin precio.
 

Esa lectura es la que nos deja Vallejo entre las manos.  Una lectura que no se resigna a su conversión en objeto de consumo, descifrado y desactivado. 
 

En la primera imagen de la película de Anderson alguien lustra su zapato.  Una cita vallejiana, como la cuchara, los huesos húmeros, los caminos.  Siéntate, decía Vallejo en un poema de España…, en tu trono,  ¡tu zapato!.

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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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