Julio Ortega
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El ensayo es el proyecto de una conversación propicia.
Sabemos que la novela deplora el estado lamentable del diálogo civil y que la poesía explora las breves pausas de esa interlocución; por eso, decía Rubén Darío que los malos poemas "no acaban nunca."
En cambio, el ensayo es el género donde una conversación se da dentro de otra conversación, la que a su vez convoca otros dialogantes inclusivos.
Siempre he creído que Petrarca inventó la conversación no porque fuera un humanista dicharachero, que lo era, sino porque le escribía cartas a los antiguos quejándose de los malos tiempos que le tocaron entre comerciantes y neófitos; mientras que en los vuestros, protestaba, no había demasiados libros ni tántos titulados a prisa.
Desde de ese mismo formato, Montaigne lamenta no tener con quién conversar sobre el Nuevo Mundo, prodigio de noticias. Y echa de menos a Platón, quien tendría mucho que decir sobre unas gentes que no distinguen entre "lo tuyo y lo mío." Se refería a los tahínos, que según Colón eran "de risa fácil." No tuvieron lugar en el monólogo español, y desaparecieron en 50 años.
En pocos pero encendidos momentos, la lengua española ha sido capaz de dialogar no sólo con Dios, la Patria y la Región, esa trilogía del énfasis, sino también en la parla del llano, cediendo el turno a otros interlocutores y a más idiomas. Está por hacerse la laboriosa historia del español en el diálogo.
Duodenarium(c. 1442), Cultura castellana y letras latinas en un proyecto inconcluso (Madrid, Almuzara, 2015), de Alfonso de Cartagena, editado y traducido por Luis Fernández Gallardo y Teresa Jiménez Calvente, recupera para el lector más que curioso, la extraordinaria vivacidad del siglo XV español, no en vano un tiempo verbal italiano. Este tratado de la virtud debe ser uno de los más fluídos y felices cruce de caminos entre ambas lenguas. Todo parece adquirir, en castellano, una dúctil, razonada y compartida convergencia de saberes, de convicción clásica y reverberación itálica.
La profesora Jiménez Calvente, de la Universidad de Alcalá, experta latinista, que estudia la trama del latín que sigue reverberando en el español, añade a este tomo un elegante estudio del género del diálogo. Su trabajo recupera, con provecho, para el interlocutor de hoy, este formidable tratado de virtudes.
Para recobrar hoy las bondades del diálogo, concluye uno, haría falta retomarle la palabra al siglo XV.
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Cartografias utópicas de la emancipación (Madrid, Iberoamericana Vervuert, 2016), de Beatriz Pastor, catedrática de Dartmouth College, pone en orden el vocerío de la época. Su último trabajo fue recuperar los testimonios y documentos del formidable Lope de Aguirre, cuyo diálogo con Dios es la estación furiosa del castellano en América. La Utopía, quizá porque significa “No hay tal lugar,” será otra gran conversación americana aunque, esta vez, gracias a la mediación del francés. La Utopía de Tomás Moro me temo que fuese ya anacrónica en su tiempo, y no en vano en La Tempestad, Shakespeare parece burlarse del buen Tomás cuando repite: “No more.”
En este tratado sobre la suerte del discurso utopista, Beatriz Pastor nos descubre hasta qué punto el horizonte utópico es la gran licencia de la conversación ilustrada. Esto es, una suspensión del monolinguismo tribal, pleno de autoridades lacónicas, que el mundo colonial impone a las ganas irreprimibles de inventar otro mundo para charlar a gusto. Las largas fatigas de la emancipación gestaron en los americanos liberales el ingenio verbal, el neologismo y la agudeza polémica. Uno llega a creer que el ejemplo de los grandes liberales de esta lengua (Olavide, Jovellanos, Blanco White, Goya) inspiró a los liberales americanos a pasar de la oración a la traducción. Andrés Bello no creía en los hombres a caballo y declinó la oferta de trabajo que le hizo Bolívar. Aceptó, en cambio, organizar el sistema jurídico, la educación superior, las instituciones fundadoras de Chile. Este libro nos recuerda que Bello en su Oda calificó a Europa de “espacio carcelario” mientras América prodiga “la virtud y el goce;” y que el patriota Heredia rehúsa conversar con un Bolívar dictador. La profesora Pastor actualiza esa memoria ilustrada que habla con el porvenir.
En la Facultad, el historiador José de la Puente Candamo nos enseñó a leer la emancipación como una utopía dialógica: el horizonte de discurso que la hace posible ha sido levantado por nuestros elocuentes precursores. Antes que las batallas están las proclamas, que anticipan el futuro imaginado como una gran tertulia metropolitana. No es casual que los patriotas venezolanos en lugar de ponerse a redactar una nueva constitución provinciana, decidieran traducir la constitución de los Estados Unidos. La consideraban suya, dice Benedict Anderson, porque era un documento universal. Claro que, en español, tuvo más páginas.
Ya Andrés Bello, en la Biblioteca Británica, consideró la necesidad de que España tuviera un texto fundacional. Lo tenían los otros países europeos, y España merecería contar con uno, para beneficio de las repúblicas americanas. Bello descubrió que El Cid, considerado un texto casi bárbaro, producto de frailes ignaros, era, más bien, un producto refinado del Romance. Nuestros escritores encuentran lo que buscan cuando miran más allá de sus narices.
García Márquez llamó a esas tareas, “la gran conversadera del exilio.” Ninguna más grande que las utopías, de cuya demanda de mundo este espléndido libro da cuenta, con precisión y bravura.
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Enzo Del Búfalo, economista y profesor venezolano, nos vuelve a sorprender con otra proeza ensayística. Esta vez, una meditación crítica a partir del diálogo entre la historia y la filosofía puestas al día. Roma: historia y devenires del individuo (Bid & Co. Caracas, 2015), es un alegato erudito por mejorar la conversación sobre su país, Venezuela. Pero en lugar de prolongar la discusión sobre la Venezuela actual, se remonta a la historia ilustrada de Roma. Buscas a Caracas en Roma, peregrino.
Esto es, reconstruye la genealogía del conocimiento dialógico, que construye la noción de sujeto desde el espacio del foro y la civilidad del individuo.
El profesor Del Búfalo, hace ya varios libros que viene demostrando que el mundo que habla español es, en verdad, otro mundo, porque proviene de todas las fuentes que forjan el diálogo de las disciplinas y el saber crítico moderno. Este es un tratado de especulaciones razonadas y felices, que convierten al lector en otro ciudadano de ese país equidistante, hecho desde la fundación de una ciudadanía elocuente.
Si la historia, clásicamente, es la historia de Roma, para Del Búfalo “Roma nunca cayó, tan sólo se transformó en lo que hoy somos.”
El individuo, por lo mismo, es el devenir de esa historia, que enseña a leer la función del estado, las tareas de la ciudadanía, y el lugar de “la ciudad de Dios” ante la civitas romana.
Busca en Roma y encuentra una guía virtual de la Romanía, la que todavía demanda los derechos de una ciudad de los hombres capaces de hablar en lenguas.
Por ello, concluímos, los tiranos de turno sólo son unos asaltantes de la calzada que dan voces. Pronto serán una nota al pie de estas conversaciones del camino.
Ahora que el horizonte del diálogo declina en Barcelona, estos tres tratados de virtualidades compartibles son lección de virtud civil, cotejo de futuro que excede a las islas, y manual de ciudadanía plural.