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Blogs de autor

Otro elogio de la lectura

Por 31 de enero de 2010 Sin comentarios

Julio Ortega

 

1. Conversaciones en Madrid

Tiene razón Basilio Baltasar: el papel, me dijo, es para siempre.

No se trata, claro, de tapar el sol con un libro, y creo que es bueno que la tecnología de la lectura ponga a prueba el valor del papel impreso. Pero yo también dudo que termine por sustituirlo.
 
Estos días, entre viajes, he tenido alguna evidencia de ello.
Casi en cada vuelo alguien llevaba un libro electrónico en las manos, leyéndolo a sorbos, pulsando alternativas, evidentemente complacido de acariciar su poderoso juguete.  

Los primeros libros también tuvieron dueños decorativos, que más que leerlos los exhibían. La nobleza no era precisamente lectora, y leían más las clases ascendentes. El Kindle es también un signo de estatus.

Ya sabemos que la tecnología es una fuerza democratizadora, pero puede dejar de serlo y convertirse en otro aparato ideológico. Aunque parece hoy inconcebible, en sus inicios la televisión fue una promesa de desarrollo humano.  

Hoy todavía creemos que la tecnología de los juegos de video tendrá, en el futuro, una función educativa.  Aunque no sé si tú, crédulo lector, tienes alguna esperanza.

Leer es creer, ciertamente, pero la conversión de la tecnología en entretenimiento nos ha hecho, frente a los países más avanzados, no precisamente aldeanos (“¡qué inventen ellos!”); tampoco vanamente defensivos (“Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!”), pero sí algo cautelosos.  Hace tiempo que José Emilio Pacheco lo dijo mejor: “Ahora todos sabemos para quien trabajamos.”

Por ello, uno concluye (provisionalmente, por sentido crítico) que la gran diferencia entre la revolución de la imprenta y la post-revolución de la tecnología digital es la noción del cambio en cada caso. La primera produce un nuevo objeto, una forma distintiva, que transforma la lectura como actividad individual, creativa y cambiante.  Cada libro es el mismo pero cada lectura es otra.

El libro electrónico ya no es un libro, es un aparato de información: postula el lenguaje como entetenimiento instantáneo, permutable y serial.  No sostiene (intuyo, interpreto, evalúo: leo) el escenario crítico de la lectura sino la indistinción de una lectura dependiente, poco íntima y más pasiva.
Pulsar botones es una actividad programada. Leer sobre el papel es más participativo. Y sin intervenir en la producción de la lectura, en su mecánica abierta, el exceso de información  virtual aumentará la pasividad.
Me doy cuenta de que escribo esto desde un blog, como si lo hiciera en un papel.  Pero se que éste ligero anacronismo se redime en la conversación.
Este discreto escepticismo ante la era ultramecánica de la superproducción digitalizada de la post-lectura, donde el sujeto es un operador creado por el aparato, no se debe, en todo caso, al libro y sus posibles formatos sino a las operaciones de lectura que esos dispositivos postulan. 

El libro impreso, las revistas impresas, los periódicos impresos no están condenados a desaparecer mientras sigan abriendo espacios de investigación, crítica, aprendizaje e imaginación donde el lector sea convocado como sujeto creativo y libre, capaz de juicio y verdad.  Esto es, capaz de hacerse en la lectura.

Por lo tanto, las preguntas sobre la lectura que nos debemos serían: ¿Estamos haciendo el mejor periodismo? ¿Estamos publicando los mejores libros?
Y ya que de libros se trata, ¿se lee en los diarios una crítica (reseñas, comentarios, reportajes, entrevistas) capaz de alentar  la inteligencia de la lectura, la calidad del lector?
 

 

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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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